Este es un poema de José
Martí, Héroe Nacional de Cuba, precursor del Modernismo literario y una de las
figuras más importantes del pensamiento latinoamericano.
El amante de la tinta y la vieja pluma puede contar mejor que nadie cómo la adversidad puede llegar a aportar un surtidor de imágenes y sonidos a la poesía. Martí, hombre sensible que encontró en la literatura su forma de expresión, no fue la excepción. En textos como el que aquí nos ocupa el Apóstol supo convertir la desgracia en capacidad de evocación para el deleite de los sentidos, provocando una profunda conmoción en cualquiera que lea sus versos.
La historia trágica
contada aquí se inspira en acontecimientos reales vividos por quien
es considerado el Apóstol de los cubanos. Dicen que Martí, en ese viacrucis que
fue su exilio, llega a Guatemala con 24 años procedente de México, donde se
había comprometido con quien luego sería su esposa: Dña. Carmen Zayas-Bazán.
Sin embargo, en tierras centroamericanas Cupido jugaría una mala pasada al
prócer caribeño, al conocer a una señorita de 17 años, María Cristina García
Granados, dama de la alta sociedad e hija de un general, expresidente
guatemalteco. Nadie sabe con exactitud cuán profunda fue la compenetración
entre ambos, pero sí existen evidencias, como poemas y otros escritos que le
dedicara Martí así como testimonios de la época, que ponen de manifiesto la
mutua atracción entre los dos jóvenes.
El conflicto en torno a esta pasión comienza cuando quien llegaría luego a convertirse en el Héroe
Nacional de Cuba regresa a México, con el objetivo de desposar a su prometida.
Luego, al volver a Guatemala con su mujer recibe un mensaje en el que María
Cristina expresa su tristeza porque no la había pasado ni siquiera a saludar,
gesto que evidencia el respeto del Martí caballero hacia su esposa. Lo más
interesante es que en esa misma carta la guatemalteca deja claro que no le
reprochaba nada porque desde el principio él había dejado claro que tenía
planes de matrimonio.
Lo terrible de la historia ocurriría días después, cuando la joven muere
como consecuencia de una enfermedad, sin poder despedirse personalmente de
Martí. La pérdida sería un duro golpe para la sociedad cultural guatemalteca de
la época, en tanto la chica era muy activa en las tertulias literarias, bailes
y otros tipos de eventos. En Martí la tragedia desencadenaría un profundo
remordimiento, por haberla ignorada debido a que desconocía el grave estado de
salud de María Cristina.
La muerte convirtió a la joven en personaje de una leyenda, alimentada por
el poema IX del libro Versos Sencillos, escrito posteriormente por el Apóstol
de Cuba, quien bautizaría a la chica en su texto como «la niña de Guatemala»,
la que se murió de amor, según la licencia poética que asume la historia contada en los siguientes versos.
Poema
IX de Versos Sencillos
Quiero,
a la sombra de un ala,
contar
este cuento en flor:
la
niña de Guatemala,
la
que se murió de amor.
Eran
de lirios los ramos;
y
las orlas de reseda
y
de jazmín; la enterramos
en
una caja de seda...
Ella
dio al desmemoriado
una
almohadilla de olor;
él
volvió, volvió casado;
ella
se murió de amor.
Iban
cargándola en andas
obispos
y embajadores;
detrás
iba el pueblo en tandas,
todo
cargado de flores...
Ella,
por volverlo a ver,
salió
a verlo al mirador;
él
volvió con su mujer,
ella
se murió de amor.
Como
de bronce candente,
al
beso de despedida,
era
su frente -¡la frente
que
más he amado en mi vida!...
Se
entró de tarde en el río,
la
sacó muerta el doctor;
dicen
que murió de frío,
yo
sé que murió de amor.
Allí,
en la bóveda helada,
la
pusieron en dos bancos:
besé
su mano afilada,
besé
sus zapatos blancos.
Callado,
al oscurecer,
me
llamó el enterrador;
nunca
más he vuelto a ver
a
la que murió de amor.
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