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«Isapí», leyenda popularizada por Herminio Almendros

Esta es una leyenda guaraní que fue popularizada por el escritor hispano-cubano Herminio Almendros en su libro Oros viejos.
Es muy hermosa la joven india Isapí. Su padre era el jefe de la tribu. El anciano miraba a su hija con una gran ternura, como miran los padres a los hijos que no son felices.
La joven india Isapí era muy hermosa. Venían a verla y a rendirse ante ella los más fuertes guerreros. Pero Isapí no respondía al amor de ninguno. La más bella de la tribu no podía amar porque era fría y dura de corazón. Isapí no amaba ni compadecía a nadie. Por eso la llamaban también «la que nunca lloró», porque nadie vio nunca ni una lágrima en sus ojos negros.
Sufrieron los suyos las más espantosas desgracias. Una crecida del río Uruguay inundó y arrancó las viviendas y se llevó para siempre a mujeres y niños. Ancianos y jóvenes levantaban al cielo sus llantos y lamentos, pero Isapí no lloró. Sus hermosos ojos negros miraban a lo lejos indiferentes al dolor de todos. Y todos empezaron a pensar que Isapí era la causa de tanta desventura. Una hechicera dijo que sólo las lágrimas de Isapí calmarían a los dioses.
Otras y otras desgracias más vivieron. Y en una guerra sostenida contra otros pueblos feroces, la tribu tuvo que huir y dispersarse por los montes. Cayeron en poder del enemigo las más hermosas de sus doncellas, y hallaron la muerte los más bravos guerreros. Reducida la tribu a unas pocas mujeres y a un puñado de combatientes que salvaron al anciano jefe, se refugiaron todos en la selva. Allí estaba con ellos Isapí, y en sus ojos no brillaba ni una lágrima.
Una hechicera echó mano de las artes de sus talismanes y de su magia para conseguir el consejo de los astros y al fin dijo:
-Para que la desgracia pase por nuestro lado sin tocarnos es preciso que Isapí llore.
Pero, ¿cómo hacerla llorar, si el anciano cacique tenía por su hija un amor sin límites? ¿Cómo hacerla llorar si ante el dolor de los demás no era capaz de tener el menor gesto de compasión? Era preciso que el dolor se probase en ella misma. Y los viejos hechiceros lo quisieron así.
Un día en que Isapí iba por un camino del bosque, le salió al encuentro una anciana encorvada y temblorosa. Con una voz que era un lamento, le pidió que le cortase algunas ramas secas para su pobre choza donde su nietecito enfermo se moría de frío. Isapí la miró desdeñosa. Hincose de rodillas la anciana y pidió y rogó con voz desfallecida, pero la joven india siguió su camino... 
Al poco rato se le apareció una mujer todavía joven con un niño en los brazos. La mujer se le acercó con llanto en los ojos. Su gesto era de dolor y de angustia. Con voz de súplica le mostró a Isapí el niño moribundo, y le pidió que buscase unas hierbas buenas que pudieran sanar a su hijo. Isapí sabía en qué lugar del bosque habría podido encontrar las hierbas que hacen huir a la muerte, y habría podido traerlas con sólo desviarse un momento del camino. Pero la joven india, siempre ajena al dolor, siguió andando indiferente.
Siguió su camino sólo unos pasos. Una misteriosa fuerza la obligó a detenerse y a oír a sus espaldas la voz de la hechicera de la tribu, que invocaba al diablo, señor de los maleficios.
-¡Añá, señor de las sombras, haz que esta fría mujer que no se ha compadecido de una abuela ni de una madre, no sea nunca ni abuela ni madre!...
-¡Añá, haz que esta mujer sin corazón, que no ha llorado nunca, viva eternamente llorando!... ¡Añá, haz que esta mujer, que por no llorar fue causa de tantos males, viva por siempre haciendo el bien a los demás con su llanto!
Isapí no pudo oír más. Desde la primera palabra de la hechicera había ido poco a poco transformándose, metiendo los pies en la tierra como duras raíces, sintiendo su cuerpo endurecerse como un tronco y crecer sus cabellos como
grandes ramas llenas de hojas...
Al acabar su invocación la hechicera, la hermosa Isapí estaba convertida en un árbol fresco y verde.
Desde entonces vive y crece en las selvas tropicales este árbol bienhechor, de cuyas hojas se desprende un rocío fino abundante que refresca el aire... El árbol de Isapí es la doncella que llora siempre para proteger a los demás con su llanto.
El hombre que llega cansado y sofocado de sol, siente como un fresco regalo al pie del árbol que llora siempre y lleva el nombre de la doncella india que nunca lloró.

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