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Perú: campeón en antigüedad e historia

Entre el 26 de julio y el 11 de agosto, la capital del Perú será sede de los juegos deportivos más importantes de las Américas, buen pretexto para acercarnos a ese país latinoamericano con una de las civilizaciones más antiguas del mundo.
Lima da la bienvenida por estos días los XVIII Juegos Panamericanos, una especie de versión hemisférica de las Olimpiadas que, junto con la Asiada, tiene el mérito de estar entre los encuentros multideportivos continentales con mayor tradición en el orbe, desde su primera edición en 1951 con Buenos Aires como sede.
Los Panamericanos en la actualidad cuentan con la participación de 41 delegaciones nacionales ─todos los países del hemisferio occidental─ y un total de alrededor de siete mil atletas que compiten en 61 especialidades.
Por primera vez Perú acoge a una magna cita continental de este tipo, vieja aspiración de Lima, sede que había presentado originalmente su candidatura para los Panamericanos de 2015, finalmente concedidos a Toronto. La capital peruana necesitó una segunda postulación en 2013 con la que por fin logró materializar su aspiración de ser eligida anfitriona del más importante evento del deporte americano.
La elección resulta más que merecida, incluso si cerráramos los ojos para no ver el enorme esfuerzo peruano, con el fin de crear nuevas infraestructuras y preparar a sus atletas para un desempeño de élite. Si los eventos deportivos han cumplido históricamente las funciones colaterales de acercar a los pueblos y mostrar lo mejor de cada país, los Juegos Panamericanos 2019 no pueden efectuarse en un sitio más apropiado que la tierra de algunas de las civilizaciones más antiguas del mundo, así como un país que resume la historia de mestizajes, riquezas culturales y diversidad de identidades de toda América Latina. 
Todo comenzó en Caral 
Una de las cartas de presentación del Perú ante el mundo se aprecia en su legado ancestral. Fijo que muchos de los que decidan viajar a Lima, con el pretexto de los Panamericanos, se darán una escapada por el interior del país, para no perder la oportunidad de conocer la ciudad inca de Machu Picchu o las misteriosas líneas de Nazca.
Muchos intentarán visitar seguramente esos y otros tesoros patrimoniales precolombinos convertidos en objeto de culto en una época de turismo masivo y colonialismo cultural, en la que lamentablemente el grecolatino pareciera a veces ser mostrado por la publicidad como el único arte antiguo auténtico, mientras las redes sociales son inundadas con teorías sobre dioses astronautas, como exclusivas respuestas posibles a las obras maestras situadas en países del Tercer Mundo, las que escapan a toda explicación desde el eurocentrismo hegemónico de nuestro tiempo.  
A veces el norte se siente demasiado joven. ¿Cuán desnudos se apreciarán algunos al asumir que lo único imposible de encontrar en un callejero de Nueva York, capital del mundo contemporáneo, es un templo como el de Tiahuanaco? Ciertamente les parecerá frustrante carecer de una pirámide como la de Petén, para poner de guinda en el centro de Londres o Berlín, con el fin de legitimar así, definitivamente, el abolengo de quienes se creen tocados por el maná del racionalismo y supuestamente únicos merecedores del progreso.  
Pero allí está Perú. Para seguir sorprendiendo. Para torpedear cualquier hipótesis racista sobre hombres superiores. Para seguir incomodando a todo el que se empecine en reducir al plano de una catedral gótica la creatividad del ser humano de cualquiera de las coordenadas del sur global, ya sea en Guiza, Nínive, Yucatán o Xi'an
Un largo camino hacia el autodescubrimiento de la creatividad humana; eso es la civilización. En esa carrera de siglos los pueblos peruanos de Kotosh, Chavín y Paracas, así como los chimúes y los moches, tienen un modesto mérito frente a griegos, romanos o cartagineses: debieron hacerse a sí mismos, imponiendo la originalidad a la necesidad, sin la transferencia de avances técnicos y culturales provenientes de otros lares. Con la inmensa soledad del firmamento sobre el valle de Lambayeque, el Titicaca, el río Supe o el desierto de Ica. Sin que viniera nadie a enseñarles.
Con frecuencia se reduce erróneamente a sacrificios y prácticas antropofágicas, la comprensión del mundo precolombino, pasando por alto que la Inquisición asesinó a seres humanos en Europa hasta bien entrado el siglo XIX, así, de cuello y corbata. Hasta las costumbres más macabras de las altas culturas americanas son fruto del no tener de quién aprender, del no poder mirarse en el espejo del otro.   
Ya lo dijo José Martí en el artículo «Ruinas indias» referido a los hombres prehispánicos:
«Sus obras no se parecen a las de los demás pueblos, sino como se parece un hombre a otro. Ellos fueron inocentes, supersticiosos y terribles. Ellos imaginaron su gobierno, su religión, su arte, su guerra, su arquitectura, su industria, su poesía. Todo lo suyo es interesante, atrevido, nuevo».
¿Y qué decir de la civilización de Caral (3000 a.C.), hermosa en su primogenitura de sociedad avanzada pionera en el hemisferio occidental, contemporánea con el Egipto amo de las crecidas, con las callejas infinitas de Mohenjo-Daro y con la gran Sumeria de los secretos susurrados en cuneiforme para la eternidad de los tiempos? La inspiración frente a la supervivencia, ese consitituye el factor común de todos estos distantes pueblos, más allá de leyendas urbanas sobre culturas nodrizas, donde la imaginación y el eurocentrismo han colado incluso a la Atlántida. Caral, guste o no, ha revolucionado, según los especialistas, las concepciones sobre el surgimiento de formas complejas de organización social en América y en el resto de los focos culturales de la humanidad.
Al menos en la apertura de los Juegos Panamericanos de Lima debiera hacerse un homenaje a la inventiva ancestral del hombre americano y en especial, a prácticas deportivas oriundas de nuestra América, como el caballito de totora, de los moches y el juego mesoamericano de la pelota, actividades físicas milenarias, todavía practicadas, sin cabida en los circuitos competitivos patrocinados por Coca Cola y Adidas.
Un país tan mestizo como la marinera

Pero Perú va más allá sus antecedentes históricos perdidos en la noche de los tiempos. La tierra del Inca Garcilaso de la Vega, José Carlos Mariátegui y César Vallejo excede su herencia indígena para presentarse como buena muestra de lo criollo en las identidades latinoamericanas.
Sobre suelo salpicado sin piedad con sangre del Imperio Inca el actual territorio peruano se erigiría como uno de los principales centros administrativos de los españoles en sus vastas posesiones del Nuevo Mundo: el Virreinato del Perú, entidad territorial de vital trascendencia para la colonización española en América del Sur entre los siglos XV y XIX.  
En enero de 1535 es fundada Lima, bajo el nombre de Ciudad de los Reyes. Cuentan que el propio Francisco Pizarro y sus colaboradores diseñaron la Plaza de Armas, el Palacio de Gobierno y la Catedral, esta última en el mismo sitio donde se localizaba un centro de adoración indígena.
Relata el célebre escritor Don Ricardo de Palma, en su clásico libro Tradiciones Peruanas, sobre un supuesto milagro acaecido entorno al emplazamiento de Lima. El inca Manco había enviado sesenta mil guerreros que se vieron obligados durante días a asediar a los españoles sin alcanzar éxito alguno porque el río Rímac, con una de sus grandes crecidas, les impedía el paso hacia la recién nacida villa. Siempre que los nativos intentaban cruzar las aguas, morían ahogados en grandes cantidades al recrudecerse misteriosamente la corriente fluvial. Por el contrario, cuentan que cuando intentaban abrirse paso los ibéricos simplemente les bastaba encomendarse a San Cristóforo, cargador de Cristo, para llegar a la otra orilla y atacar al enemigo.   
Cierta o no esta historia, dice mucho sobre la rápida asimilación, en muchos casos traumática, de la cultura y religión de los colonizadores en los antiguos territorios incas de Tawantinsuyu. Prueba de ello es que esta clase de leyendas con elementos del catolicismo y favores divinos para los vencedores han trascendido hasta nosotros, en buena medida gracias a la tradición oral. El sincretismo religioso fue una de las consecuencias de la imposición del culto de los vencedores y todavía hoy resulta apreciable entre los pueblos andinos, los que no renunciaron a sus creencias.
La sociedad mestiza peruana, nacida de la mezcla ibérica e indígena, se vio beneficiada por instituciones que llevaron el progreso a aquellas tierras tales como la Universidad Mayor de San Marcos, primer centro de altos estudios en el Nuevo Mundo. De la elegancia virreinal surgieron las edificaciones coloniales que todavía hoy engalanan el casco antiguo de Lima y años más tarde nacería la marinera, Patrimonio Inmaterial del Perú y baile nacional, máxima expresión de la mezcla identitaria peruana.  
Muchas otras influencias llegarían después para continuar aderezando la cultura peruana cual «causa limeña», plato típico de la tierra de los incas compuesto por una sorprendente variedad de mixturas. Los negros africanos traídos como esclavos serían el tercer ingrediente fundamental de la peruanidad. Las migraciones chinas y japoneses, por su parte, convertirían a Perú en una de las naciones con mayor herencia asiática del hemisferio occidental.  
De la misma forma llegaron muchos otros: italianos, franceses, alemanes, polacos… Todos encontraron en tierras peruanas las puertas abiertas como medio para darle continuidad a la historia ancestral de un país que renace con cada nueva influencia.
     

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