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La larga reivindicación del seseo americano, camino de resistencia antihegemónica y autorreafirmación de identidades

El seseo se encuentra entre los rasgos americanos de una lengua pluricéntrica de alcance mundial como el castellano. Aquí ofrecemos un ensayo sobre la historia y evolución de este fenómeno lingüístico, presente en la comunicación cotidiana de la inmensa mayoría de los hablantes nativos del español.
A pesar de las incomprensiones, a veces incluso fruto de prejuicios entre supuestos especialistas del área filológica, esta singularidad de los hispanohablantes del hemisferio occidental, desde hace mucho tiempo se encuentra ampliamente aceptada en la norma culta de la lengua de Rubén Darío, Gabriel García Márquez, Pablo Neruda, Alejo Carpentier...                    
Seseo y distinción s-z en América durante el siglo XIX
Por Guillermo L. Guitarte,
Profesor del Boston College y
en la Universidad de Deusto.
En mi estudio «La constitución de una norma del español general: el seseo» (1) bosquejé la historia y vicisitudes de este rasgo fonético en América, desde su antigua consideración como «provincialismo» o «vicio» de lenguaje hasta su legitimación en 1956, cuando el Segundo Congreso de Academias de la Lengua Española resolvió que se lo debía estimar como una forma legítima de hablar español.
Como entonces indicaba, mis páginas eran el resumen de una investigación que tenía en curso. Mientras llega la ocasión de poderle dar cima, adelanto aquí algunas noticias sobre la pronunciación de la z en la América española en el siglo XIX; a varias de ellas me había referido sucintamente en mi trabajo de 1964, y aquí las presento aumentadas con otros datos que he ido reuniendo en el correr del tiempo. El apego a la z, escaso pero indudable, reflejaba la perduración en el Nuevo Mundo de la prestigiosa norma distinguidora —hoy reducida únicamente a la península— que sólo lentamente fue desvaneciéndose en la época independiente. Los testimonios que publico a continuación constituyen, pues, un aporte a la historia del español de América; pienso que, además, pueden tener interés para la lingüística general, al mostrarnos los últimos pasos de la pérdida de una distinción fonológica.
El seseo considerado como pronunciación americana
En mi anterior estudio señalaba cómo ya en la época de la guerra de la independencia contra España el seseo había alcanzado categoría de rasgo propio de la pronunciación americana frente a la peninsular. Recordaba, inter alia, que Miguel Antonio Caro había oído contar que los soldados españoles reconocían a los patriotas por su seseo - y, por mi parte, presentaba yo el testimonio inverso del coronel colombiano Maza, que, en 1820, tras la toma de Tenerife, había hecho pronunciar la palabra «Francisco» a los prisioneros realistas que había capturado para averiguar su procedencia: «hombre que pronunciaba la ce a la española era hombre perdido, iba “al baño” [era arrojado al Magdalena] sin remedio» (2) (3). 
Estos ejemplos de considerar el seseo como una característica del habla americana pueden ampliarse con otros. En la Gazeta de la ciudad de Bogotá, núms. 130 y 131, 24 y 31 de enero de 1822, pp. 426 y 429, ff. 392 y 394, se publicó una propuesta según la cual, para escribir como se pronuncia, y pronunciar como debe ser, se ha proyectado suprimir al alfabeto castellano cuatro letras, a saber C.Q.X.Z., corruptoras de la buena pronunciación. En los números 133 y 134 de la misma Gazeta, pp. 437-439, apareció una respuesta 4 al proyecto de reforma ortográfica; «las letras C.Q.X.Z., naturales del abecedario castellano y vecinas de Colombia», van presentando sus razones para que se levante el «injusto destierro» a que las había condenado el ortógrafo reformista. La z comienza, p. 439, su defensa de esta manera:
El odio que el Sor. epifilo tiene a los que pronuncian «Franzisco» con mi ayuda lo ha *echo trascendental a *mi y quiere que yo engrille como ellos. No hay duda [de] que Apio Claudio no aborrecía [a] aquellos, y a mi tubo un odio mortal, solo porque al pronunciarme se figuraba que hacia lo mismo que hacen los que engrillan *baxo el cuchillo Colombiano, según refiere Mar- [c]iano Capela aludiendo a que lo mismo articulan los moribundos que los que me pronuncian.
En este pasaje encontramos dos puntos de interés con respecto al seseo: 1) la z revelaba a los españoles: «el odio. . . a los que pronuncian Fran- zisco con mi ayuda»; 2) el artículo de la Gazeta viene a confirmar el carácter de sibolet que tenía el seseo, tal como lo hemos visto empleado por el coronel Maza: los que hablan con la z «engrillan baxo el cuchillo Colombiano». Hay que notar que es justamente la misma palabra «Francisco», que les hacía pronunciar Maza a sus prisioneros, la que trae como ejemplo el autor de la defensa de la letra z. Esto hace pensar que Maza estaba sirviéndose de un procedimiento ya tradicional para reconocer a los españoles europeos (como entonces se decía); los elementos de la prueba estaban fijados: no se les hacía decir una palabra cualquiera, sino se les preguntaba: «“di «Francisco”».
Por último, otro dato viene a confirmar la vitalidad de la tradición que Caro había escuchado, y que él fijó por escrito en 1878. En el mismo año de su nacimiento, un «Remitido» publicado en El Día de Bogotá, año IV, núm. 198, 19 de nov. de 1843, p. 1, n. 1, afirma tajantemente: «Nadie ignora que la letra Z es eminentemente española y que en la lucha entre independientes y chapetones servía para conocer a éstos».
La pronunciación de la z en América
Junto a esta universalidad del seseo en América a comienzos del siglo XIX, existen también noticias de que, tanto por estos años como por varios decenios más, dicha pronunciación fue considerada por los hispanoamericanos como un vicio o regionalismo impropio de un hablar cultivado. En mi citado trabajo (5) mostraba que ésta era la actitud que ante el rasgo adoptaban en 1823 García del Río y Bello, y reproducía los juicios negativos de este último en sus obras de ortología.
Exteriores de la Gran Colombia, en los tiempos en que dirigía la nación como vicepresidente el general Santander; secretario del «Hombre de las Leyes» era el conocido poeta y dramaturgo Luis Vargas Tejada, muy joven entonces. Santander le pasó a Miralla un poema de su secretario, para que le diese su juicio sobre sus méritos. Miralla rindió su informe en una elogiosa epístola en tercetos, fechada a 14 de marzo de 1824. Reconociendo el valor del joven poeta, no deja, sin embargo, de señalarle algunas fallas; entre los consejos que le da, indica:
Y la gran diferencia que hay repare
Entre la ese y la zeta, pues no rima
La voz opuesta en que ambas colocare (8).
Como era de imaginarse, Miralla, que hablaba «la lengua castellana con tanta pureza y corrección», le reprocha las rimas seseantes al poeta colombiano. Vargas Tejada, a quien Santander mostró la epístola de Miralla, contestó a su vez con otro poema. En él se disculpa por sus errores y, al mismo tiempo, se defiende de las críticas de Miralla; con respecto a «reparar en la gran diferencia que hay entre la efe y la zeta», responde:
Sí diré en mi defensa, que la norma
De la pronunciación el verso sigue,
Y a su regla y modelo se conforma.
Así no es de extrañar que aunque prodigue,
A evitar los defectos provinciales,
El poeta su atención, no lo consigue.
El colombiano que pronuncia iguales
La ce, la zeta y la ese, aunque resabio
Sepa que es, de Jos toscos nacionales;
A tal pronunciación enseña el labio,
Y es éste el que dirige en la cadencia
No sólo al principiante, sino al sabio (9).

En Vargas Tejada se nota lo inferior que en su época se sentía el seseo ante la pronunciación distinguidora: pertenecía a «los defectos provinciales», era «resabio. .. de los toscos nacionales». Con todo, es propio del «colombiano» (quién sabe si acaso Vargas Tejada habrá creído que los argentinos distinguían s y z, tal como hacía Miralla), como por otra parte ya sabíamos por su empleo para distinguir al enemigo durante la guerra de la independencia. Hay que señalar que Vargas Tejada mira al seseo con  incipiente patriotismo, pues parece defender su uso al terminar diciendo que la pronunciación nativa es guía «en la cadencia, no sólo al principiante, sino al sabio». Sin embargo, dada la tacha de «provincialismo» que le adjudica, no resulta posible ver en esta defensa más que una justificación razonable de las rimas seseantes censuradas por Miralla, no una proclamación de independencia lingüística americana. Para que tuviera este significado debería haber una valoración positiva del seseo como rasgo nacional, y no como «provincialismo» hispánico. Éste será el planteo que, con base en la filosofía de la historia del romanticismo, hará Sarmiento por primera vez, en 1843, en su Memoria sobre ortografía americana (10) (11).
En realidad, en tanto el seseo se consideraba un «vicio» era de esperar que hubiera quienes, apuntando a la norma idealmente correcta, lo evitaran y pronunciaran la z. Ya hemos visto cómo lo hacía Miralla y era tenido por ello como dechado de la buena lengua castellana. A lo largo de toda Hispanoamérica se pueden recoger ejemplos de personas que continuaban distinguiendo s-z en el siglo XIX, y aun en el siglo XX. No me refiero, desde luego, al teatro, que constituye un caso especial.
MÉJICO. — Manuel G. Revilla, después de decirnos que en su país se han perdido «los sonidos fuertes c y z, y a las veces el de la x y el suavísimo de la ll» nos informa que «implícitamente se reconoce esta necesidad de la recta pronunciación en Méjico cuando vemos que no hay entre nosotros persona medianamente ilustrada que, refiriéndose al ejercicio cinegénico, deje de pronunciar cazar, caza y cacería a la española, a fin de evitar equívocos si se convierten estas palabras en homófonos de casar, casa y caserío» (11). Y luego, animando a sus compatriotas en la reconquista de los sonidos perdidos, para mostrarles que no es tarea imposible nos trae esta interesante noticia:
En la realidad, mejicanos hubo y los hay que en el trato familiar hayan adoptado una pronunciación del todo castiza. Citaré aquí al historiador y estadista D. Lucas Alamán, al poeta D. Alejandro Arango y Escandón y al constituyente D. José María Mata entre los fenecidos; y entre los que aún viven, a D. Francisco A. de Icaza, representante de Méjico en Alemania, y al docto anticuario D. Francisco del Paso y Troncoso, que al presente reside en Madrid. En la tribuna el poeta D. Rafael de Zayas Enríquez recita a la española, y a la española habla en el púlpito el señor Montes de Oca, obispo de San Luis Potosí (12).
Así, pues, destacadas figuras de la vida intelectual y pública del Méjico del siglo XIX (y entrado el actual) todavía distinguieron s-z.
CUBA. — Su situación es especial, en cuanto permaneció dentro de la órbita peninsular durante la casi totalidad del siglo XIX. Ofrece, sin embargo, un cuadro básicamente idéntico al de la América independiente; seseo general, considerado como vicio. Es probable que aquí los intentos de pronunciar la z se hayan prolongado por mucho más tiempo que en el continente, pues la vinculación directa con España hacía de la metrópoli distinguidora el centro prestigioso del poder y de la cultura de la vida cubana. La existencia de ensayos de pronunciación distinguidora entre los criollos parece estar más extendida que en las repúblicas hispanoamericanas por la misma época. Estaban Pichardo, el iniciador de los estudios de lenguaje en Cuba, escribe en 1849:
. . .generales son ciertas faltas prosódicas, vg., la confusión de la C con la S en las sílabas ce ci y la z en todas. En Andalucía el Ceceo tiene excepciones, no obstante el grande abuso; en la isla de Cuba no hay una persona de su suelo que pronuncie ce ci y la z como se debe; lo mismo sucede con la ll y la y, con la b y la v: todo es r y b: la costumbre y el trato común desde la infancia forman una habitud invariable: las gentes de letras escriben correctamente, aun cuando se esmeren en perfeccionar su pronunciación en sus mayores años, al fin se cansan hablando con un trabajo y afectación que les hace volver a la locución aguachinangada. Yo, por mí, debo confesar que, en las conversaciones no muy familiares, empiezo cuidadosamente distinguiendo la c y la z de la r, la ll de la y, la v de la más a poco, todo se me olvida, y adiós prosodia. . . Pudiera suceder que paulatinamente se lograse la reforma esmerándose los maestros de primeras letras en ello, sin disimular a los niños un solo defecto, aun en sus comunicaciones y juegos (13).
En la Hispanoamérica independiente no son frecuentes por estos años los casos de pronunciación de la z; en cambio, en Cuba, Pichardo cuenta que la intentaban las «gentes de letras», así en general; es decir, que mientras en el continente hallamos personas aisladas, en la isla parece tratarse de todo un grupo social, que puede corresponder a la llamada «gente culta». Esta diferencia ha de deberse al peso y prestigio que daba a lo español peninsular su dominio de Cuba. Creo descubrir un eco del predominio de los criterios lingüísticos de la madre patria en la isla en el calificativo de aguachinangada que da Pichardo al habla criolla no distinguidora. Este adjetivo significa 'amanerada, zalamera’ (14), y corresponde a la impresión que al castellano causa el habla antillana, a la que en España «se le atribuye en general una lentitud blanda y perezosa, una dulzura y languidez» (15) (16) características. Estas notas dan la idea de un modo de hablar que resulta «meloso», como a veces algunos peninsulares lo han llamado. Y de hecho, quien habla melosamente produce el efecto de amanerado o zalamero, es decir, de aguachinangado. Pichardo, pues, estaría calificando su habla nativa desde el punto de vista de un español, no de un cubano: a tal punto los criterios imperantes en la isla serían los peninsulares, no los criollos. Esto iría mucho más lejos de lo que en esa época ocurría en el resto de Hispanoamérica, donde el seseo se sentía simplemente como una desviación del habla correcta, sin que existiera ya el recuerdo del juicio que sobre él hacían los españoles.
Sin embargo, tanta es la unidad básica de Hispanoamérica que en Cuba encontramos, sin más diferencia que un cierto retraso, la misma actitud de considerar a la distinción s-z y al seseo como símbolos de lo español y lo americano. Cuando Martí empezó a los trece años —en 1866— sus estudios en la escuela que dirigía Rafael María Mendive en La Habana, se trató con muchachos:
. . . que proceden de las dos zonas más diferenciadas de la sociedad colonial. Los hay robustos y rapados, que hablan con una zeta un poco forzada y calzan recios borceguíes. Otros, los más, son delgados y cetrinos, de pie menudo y cierto mimo en el vestir. Hijos de padre peninsular militante, los «gorriones» están decididamente en minoría. . . Llaman despectivamente «bijiritas» a los criollos más netos, que se agrupan con solidaridad instintiva y les devuelven un desdén envuelto en jocosidades 1C.
Los hijos de españoles partidarios de mantener la unión con España se distinguían por mantener las costumbres españolas; en el plano del lenguaje esto consistía en pronunciar la z. Como el autor del «Remitido» a El Día de Bogotá, citado en el parágrafo anterior, sabían que éste era un sonido «eminentemente español» que no empleaban los nativos separatistas.
En Cuba, por tanto, se reproduce la misma situación que ya se había presentado en el continente: al llegar el momento del enfrentamiento entre peninsulares y criollos la z funciona como rasgo lingüísticamente relevante de los primeros.
COLOMBIA. — El famoso político y poeta Julio Arboleda hizo en 1846 sus primeras armas en el Congreso de su patria. Un testigo del acontecimiento nos cuenta lo siguiente:
Su primer discurso causó una sensación extraordinaria, pues nunca tal vez, se había oído en la tribuna de este país ese género de elocuencia literaria y compuesta, tanto en el fondo como en la forma. La forma sobre todo: los ademanes, las inflexiones de la voz, clara, resonante, la pronunciación española de la c y la z, denotaban estudios teóricos del arte y buenos ejemplos de los países europeos en donde había recibido su primera educación (17).
Un historiador moderno nos proporciona una noticia suplementaria sobre el eco que tuvieron los discursos del caudillo payanés:
Arboleda pronunciaba con gran propiedad la c, la z y la s, al estilo español, cosa que fue una de las que más llamaron la atención en él, y se puso de moda en esta capital [Bogotá] el hablar no digamos a la española sino a la andaluza, pues los imitadores del célebre tribuno y poeta confundían de lo lindo las tres letras (18).
Tal como Miralla había sido admirado en Bogotá hacia 1824-1825 por su distinción de r y z, igualmente a mediados del siglo Arboleda despertaba entusiasmo por la misma causa y tenía imitadores de su pronunciación española. Este respeto bogotano por la z debió durar mucho tiempo más. Cuervo señalaba en la primera edición de sus Apuntaciones (Bog., 1867-72), § 342:
Otro de los medios de ennoblecerse excogitados por nuestros paisanos es el de cambiar en los apellidos la r en z, la b en v: así Cortés, Montañés, Chaves, Losada, Mesa, Quesada, Córdoba, son para muchos Cortez, Mon- tañezt Chávez, Lozada, Meza, Quezada, Córdova (19).
Se trata, desde luego, de ultracorrecciones que revelan el deseo de acogerse al prestigio de la z (y de la v). A una actitud diferente surgida con el transcurso del tiempo (o acaso a su origen no bogotano) habrá que atribuir el que José Eustasio Rivera, el conocido autor de La vorágine, haya cambiado en sus años de estudio en Bogotá (1906-1909) el «Eustasio» de su nombre en «Eustasio». Cuando le preguntaron a qué se debía el cambio, contestó: «Lo cambié porque sí; no me vengan con filologías» (30). Postura bien distinta de la de los bogotanos de la época de Cuervo.
PERÚ. — Era previsible que encontraráramos una perduración de la distinción s-z en la tierra en que tuvo su más brillante desarrollo la civilización española de la época colonial. Lo atestigua un recuerdo del autor de las Tradiciones peruanas-, el episodio que narra Ricardo Palma ha de corresponder al segundo intento (1856-1858) por dirigir el Perú del general Manuel Ignacio de Vivanco:
Cierto que el general Vivanco hablaba la lengua de Castilla como el más culto burgalés o vallisoletano, y que a ningún limeño (exceptuando el conde de Cheste [Juan de la Pezuela, que desde muy niño vivió en España]) he oído pronunciar la c y la z con mayor naturalidad y corrección.
Era yo mozalbete, y, como muchos otros, creía que para merecer el título de vivanquista de primera agua bastaba y sobraba con no discrepar en la pronunciación de aquellas consonantes. Hasta creo que (¡Dios me perdone el candor!) a fuerza de perseverancia llegué a habituarme. . . las limeñas dieron en burlarse de los que pronunciábamos c y z, bautizándonos con el nombre de azúcenos. Trabajillo me costó olvidar la maña, lo confieso (20) (21).
Como se desprende de lo que escribe Palma, Vivanco estaba lejos de ser el único limeño que pronunciaba la z: sólo era quien lo hacía con la mayor «naturalidad y corrección»; interpreto esto como que Vivanco tenía la articulación exacta del sonido interdental (sin exagerarlo, como suelen hacer los americanos) y lo pronunciaba donde correspondía (no cometía errores o ultracorrecciones). Como Arboleda en Bogotá, también Vivanco tenía prosélitos y contaba con un grupo de admiradores que hacía escuchar la z en Lima por el sexto decenio del siglo pasado. Que el caso ya era bien insólito se comprueba por las burlas y el apodo que recibieron esos mucha chos; caído Vivanco, abandonaron —no sin trabajo— su «maña» (lejano eco, sin duda, de la educación que había recibido su ídolo en la Lima virreinal).
CHILE. — En 1843 Domingo Faustino Sarmiento publicó en Santiago su Memoria sobre ortografía americana. Por este escrito, y por los artículos que el emigrado argentino escribió a propósito de la polémica que desencadenó su Memoria, nos enteramos que hasta ese año enseñaba a sus alumnos a pronunciar la z; no lograba, sin embargo hacerlos hablar corrientemente con la interdental: fuera de la lectura, volvían naturalmente al seseo o cometían errores y ultracorrecciones a granel (22), como los admiradores de Arboleda en Bogotá y los limeños que no alcanzaban la perfección de Vivanco. Con todo, al calor de una de las muchas discusiones que provocó su proyecto de reforma ortográfica, Sarmiento nos refiere que en Santiago:
Sé muy bien que hay diez o doce jóvenes que se han ejercitado en imitar, en singer, el habla de los castellanos. Usted [uno de los que habían criticado su Memoria] será uno de ellos y yo también soy otro; pero todos esos no hablan habitualmente; leen cuando más así, o cuando hablan ex cathedra; tienen, o más bien diré, tenemos dos idiomas, uno de parada, otro para el uso común. Cuando afirmo este hecho debo advertirle que conozco personalmente a todos los que imitan el hablar español y que les he observado los errores que a cada paso cometen (23).
Como en otros países hispanoamericanos, también en Chile perduraba el prestigio de la norma distinguidora, y no faltaban personas que pronunciaban la z en ocasiones de hablar con solemnidad, esto es, para ennoblecer el discurso. Resulta curioso saber que, según propia declaración, el autor del Facundo pertenecía al número de quienes dominaban un español de «parada», es decir, de gala, en que se usaba el sonido interdental.
ARGENTINA. — En ella encontramos la misma situación que en las otras partes de Hispanoamérica: un seseo general y, al mismo tiempo, condenado como una lastimosa corruptela. Este cuadro ya lo ofrece el autor de la primera gramática argentina, Antonio J. Valdés, quien escribe en su Gramática y ortografía de la lengua nacional (Buenos Aires, 1817):
Sílabas ce ci: en el uso de esta letra es menester particular atención, por el intolerable abuso de confundirla con la r, siendo tan opuestas entre sí (24).
Nueve años más tarde, una crítica teatral de El *Mensagero Argentino de Buenos Aires, 6 de junio de 1826, expresa la misma tónica:
Por supuesto que no hay casi actor ni actriz que conozca y practique la diferencia de pronunciación que hay de la c y de la z a la r. Este defecto es tan común en el país que quizá esta misma generalidad impide que se note... (25) *
Juan Cruz Varela, la mayor figura literaria de la época, se lamentaba en 1828 de que la pronunciación argentina «es viciosísima, en todas las clases» ,26. Resulta difícil no pensar que Varela esté refiriéndose al universal seseo que denuncian los dos autores anteriores (y que, dicho sea de paso, practicaba él mismo, según muestran varias rimas de sus poesías) como uno de los «vicios» que deseaba desarraigar del habla de su patria.
Esta valoración negativa del seseo y los utópicos intentos de desterrarlo hacían que existiera una pronunciación de la z en el habla elevada argentina. Pocas, o muy pocas, serían las personas que hicieran la distinción, pero no cabe duda de que las había. A comienzos de este parágrafo ya se ha visto que José Antonio Miralla distinguía s-z. Desde luego, no es fácil decidir en qué medida se lo puede tener como representativo de una pronunciación culta rioplatense. Como es sabido, Miralla salió de la Argentina a los veinte años, para nunca más volver, y luego residió en Lima, Madrid, La Habana y Bogotá. Yo me inclino a creer que adoptó un uso porteño, pues hizo sus estudios en Buenos Aires y consideraba a esta ciudad como el sitio donde recibió su formación (27). Pero, naturalmente, esto es sólo una conjetura, y conviene dejar en suspenso el caso de Miralla.
No creo que pueda dudarse, en cambio, que Sarmiento formó en la Argentina sus hábitos de enseñar la z en la escuela y de pronunciar él mismo la interdental en su lenguaje «de parada». En su Memoria, a fin de mostrar la falta de sentido de querer imponer la z a los niños dice:
En este punto puedo presentar un testimonio intachable de la inutilidad y del desacierto de semejante tentativa. Este testimonio, señores, es el mío propio, el de una experiencia de muchos años de enseñanza, en los que no he omitido cuidado alguno para hacer pronunciar bien, como desacordadamente lo imaginaba, y hasta el momento en que escribo esto, en los establecimientos de educación que dirijo, sostengo la lucha entre la pronunciación ficticia, extranjera, española de z y v, y el hábito americano, maternal, de la pronunciación mixta de la r (28).
Al escribir en 1843 que en su reforma ortográfica lo asiste «una experiencia de muchos años de enseñanza» de la z, es evidente que Sarmiento está tomando en cuenta su actividad de maestro anterior a 1840, en que comienza su largo ostracismo en Chile.
Solamente conozco otro ejemplo de pronunciación de la z en el habla elevada de la Argentina por los años del de Sarmiento. La practicaba un personaje igualmente famoso, el mortal enemigo del autor del Facundo: Juan Manuel de Rosas. Debemos la noticia a su sobrino Lucio V. Mansilla. Cuando éste volvió a Buenos Aires en diciembre de 1851, tras un largo viaje alrededor del mundo, al día siguiente de su llegada fue a visitar a su tío. Ya se había pronunciado Urquiza, había vencido a Oribe en la Banda Oriental y la situación general presagiaba la pronta caída de Rosas, como efectivamente ocurrió menos de dos meses más tarde. En un singular episodio, muy revelador de la personalidad de D. Juan Manuel, éste, sin tocar la política, pasa casi todo el encuentro leyendo a su sobrino el mensaje anual que había presentado a la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires, e interrogándolo continuamente sobre aspectos gramaticales y léxicos del escrito:
Y siguió hasta el fin de la página, leyendo hasta la fecha 1851, pronunciando la ce, la z, la ve y la be, todas las letras, con la afectación de un purista (29).
Para Rosas, en un acto solemne —como el del Gobernador dirigiéndose a la Legislatura— el criterio de la pronunciación correcta requería distinguir s-z-, ésta era la carga adicional que debían llevar en América quienes querían hablar bien, pues se sumaba a la mitológica distinción b-v que la Real Academia Española recomendó a todos los hispanohablantes hasta 1931.
Se habrá visto cómo en varios de los pasajes que he transcripto la distinción s-z aparece en compañía de la b-v (30).
La historia lingüística nos revela en la conducta de Rosas y Sarmiento ante la z lo que ya han puesto en claro otras disciplinas del saber histórico. La pronunciación «española» (según expresión de la época) de Rosas es otra tradición del viejo mundo colonial que, como tantas veces se ha señalado, sigue manteniéndose en la mentalidad del Restaurador de las Leyes; en Sarmiento, que en 1843 abandona la z tras haberla enseñado y practicado durante «muchos años», vemos confirmado que «lo singular en este criollo es que en él madura, como en un fruto pleno, la estirpe his- pano-colonial, y que su pensamiento estalla luego contra esa tradición en que se ha formado» (30) (31).
La distinción s-z en Pasto (Colombia)
Aunque el testimonio que examinaré aquí es un caso de pronunciación de z como los del parágrafo anterior, merece un lugar aparte por su carácter excepcional y la riqueza de pormenores con que se puede seguir la vida del fenómeno.
El pasaje que copio a continuación pertenece al distinguido historiador y académico, natural de Pasto, D. Sergio Elias Ortiz, quien —por amable intercesión de la señorita Olga Cock Hincapié— ha tenido la gentileza de poner por escrito para mí sus recuerdos sobre la distinción s-z en su ciudad nativa. Escribe el doctor Ortiz:
Hasta mediados del siglo XIX era común en Pasto la distinción de r y z entre las familias tradicionalistas que se daban de ascendencia muy española. Después se fue perdiendo esta tradición.
En 1930, la señora Virginia Ortiz de Villota (70 años de edad) todavía conservaba la pronunciación distinguidora que aprendió de sus padres. No tomó el hábito del seseo, que por esta época ya era general en Pasto, posiblemente porque desde que contrajo matrimonio vivió alejada de la ciudad en la hacienda Guapuscal. En cambio, su hermana Doña Dolores, que vivía en Pasto, adoptó la pronunciación propia de la ciudad.
Doña Virginia era persona muy conservadora y tradicionalista. Tenía la costumbre de cantar la aurora con los servidores de su casa a las cuatro a. m. Entonaban una serie de cantos antiquísimos y decían al final: «Ahora encomendemos a Su Majestad el Rey, a Su Alteza el Príncipe y a toda la demás Real Familia». En este canto de la aurora los servidores también hacían la distinción de s y z.
El Doctor José Rafael Sañudo, que era la esencia del tradicionalismo en Pasto y murió en 1943, practicó hasta lo último la distinción de r y z. Fue el último que conservó esta tradición en Pasto. El Doctor Sañudo era historiador, escribió Estudios sobre la vida de Bolívar.
Para comprender bien las noticias de este tan interesante trozo hay que tener en cuenta algunos aspectos de la historia de Pasto. Esta región, con capital en la ciudad del mismo nombre, corresponde al actual departamento de Nariño, en el sur de Colombia, formando frontera con el Ecuador. Durante la guerra de la independencia, Pasto fue la Vendée de la América española por su inquebrantable y prácticamente unánime fidelidad a la causa realista (32). Fue la última comarca americana sometida a los ejércitos patriotas, y esto ocurrió cuando, por su obstinada resistencia, estaba ya casi exterminada la población masculina en edad de combatir.
El testimonio de Pasto sobre la conservación de la z se destaca por su magnitud sobre todos los otros que he podido reunir. En primer lugar, por su extraordinaria duración: era común en muchas familias hasta mediados del siglo pasado, y el Dr. Sañudo, muerto en 1943, todavía practicaba la distinción s-z. Obsérvese que no se trata de un ejemplo de un maestro que enseña la z a sus alumnos, o de algún orador o sacerdote que alguna vez la pronuncia en sus discursos o sermones; casos de este tipo todavía aparecen ocasionalmente en Hispanoamérica, pero, pese a su interés, son de un alcance limitado. El doctor Sañudo era una personalidad de la vida social e intelectual de la capital de una provincia de una república hispanoamericana que, hasta hace treinta años, utilizaba normalmente la z en su conversación y en su cátedra de la universidad.
En segundo lugar, en Pasto existió hasta cerca de mediados del siglo XX una verdadera tradición familiar de la pronunciación distinguidora: la z se aprendía en el hogar. Por el contrario, en los ejemplos de pronunciación de la interdental que doy a conocer en el inciso 2 (salvo el caso especial de Cuba), parece tratarse de personas aisladas que se esforzaban por su cuenta en hacer la distinción.
Por último, otra gran diferencia estriba en que el uso de la z en Pasto abarcaba todos los niveles del habla, mientras que en las otras regiones hispanoamericanas —dentro de lo que el carácter escueto de las notic'as permite deducir— ha de haberse utilizado en la mayoría de los casos sólo en el discurso elevado, en lo que Sarmiento llamaba el idioma «de parada».
En cuanto a las razones de esta excepcional situación de Pasto en la historia de la conservación de la z, creo que las noticias que da el Dr. Or- tiz permiten hacérnoslas sospechar. Ocurría —nos dice— «entre las familias tradicionalistas que se daban de ascendencia muy española». Ha de tratarse de un esfuerzo por identificarse con lo español, representado lingüísticamente en América (como ya se ha visto en el inciso 1) por el sonido interdental. Se puede comprender el sentido de adhesión a los elementos que simbolizaban su pertenencia a la civilización cristiana y europea en lo que originariamente fueron pequeños núcleos de colonos, aislados en los Andes entre cadenas de precipicios y en medio de una población indígena muy superior en número. Un vivo tradicionalismo fue manteniendo a lo largo del tiempo este recurso cohesivo de supervivencia cultural. La constitución de la nacionalidad colombiana y las circunstancias de la vida moderna terminaron por hacer desaparecer lo que se había convertido en una reliquia de tiempos ya pasados.
Cuán fuerte era en Pasto la identificación con lo español lo muestra su tenaz defensa de la monarquía española en América, a la que más arriba me he referido, que le valió de sus vecinos el título de «la tierra clásica del fanatismo». Esta lealtad a lo heredado, este desarrollarse la vida por los cauces de lo tradicional, es sin duda la clave de la extraordinaria perduración de la z en la región. Lo muestra de una manera impresionante la escena de la señora Ortiz de Villota cantando la aurora en su hacienda con la servidumbre, entonando antiquísimos cantos que terminaban impetrando la protección divina para el rey, el príncipe y toda la familia real. Esto, hasta 1930. Y dichos cantos de la época colonial, con rogativas por el rey, se pronunciaban con la z: es evidente la relación entre la defensa del rey (del mundo cultural español que encarnaba el rey) durante la guerra de la independencia y la pronunciación española con la interdental.
En 1879 escribía Juan Montalvo de los pastusos:
Su persona moral es también extraordinaria; tan firmes en sus opiniones, tan leales a su partido, que aún hay en Pasto ancianos que en la menor ocasión salen a la plaza, echan el sombrero al aire y gritan: ¡Viva el Rey! ¡Viva nuestro muy amado Fernando VII! (33).
Los ancianos de que habla Montalvo han de haber sido los sobrevivientes de las durísimas luchas contra los patriotas. Aplastados al fin, no habían perdido su espíritu —como se ve— y todavía cincuenta y cinco años después de la batalla de Ayacucho seguían lanzando su antiguo grito de entrada en combate: ¡Viva el Rey!
La señora Virginia Ortiz de Villota ha de haber presenciado estas escenas de la plaza de Pasto, que, por otra parte, serían sólo el aspecto visible de una tradición que se seguiría manteniendo en el interior de los hogares. Comprendemos que haya asumido y continuado esa tradición de firmeza y lealtad que era la esencia de su pueblo.
La larguísima y rica vida de la pronunciación distinguidora s-z en Pasto se sale de lo común que hemos observado en Hispanoamérica. Pero —se convendrá en ello— Pasto también es una tierra que se sale de lo común.
Una conjetura final sobre la conservación de la z
El caso de Pasto, que se puede observar con algún detalle, invita a intentar descubrir los motivos que funcionaron en el mantenimiento de la distinción s-z. Ocurría allí «entre las familias tradicionalistas que se daban de ascendencia muy española». Da. Virginia Ortiz de Villota era «muy conservadora y tradicionalista» y el Dr. Sañudo era «la esencia del tradicionalismo en Pasto». Es decir, la pronunciación distinguidora se daba entre familias que hoy llamaríamos «conservadoras». No utilizo, desde luego, el término en un sentido político sino para caracterizar toda una concepción de la vida. La persistente conservación del sonido «eminentemente español» de la z podía significar simplemente el mantener intacta («pura») la cultura española y europea, a la que se adhería con toda convicción.
Los otros casos que he reunido de la utilización de la z en América casi no hacen más que señalar meramente el hecho. Me guardaré de extender la explicación de lo que puede haber ocurrido en Pasto a los otros ejemplos. Sería equivocado generalizar a todas las comarcas hispanoamericanas las circunstancias de una sola de ellas y, además, motivos de muy diversa índole pudieron entrar en juego en el empleo de la z. Pero, dentro de la diversidad que es necesario señalar, hay, sin embargo, un rasgo común entre los casos de conservación de la z presentados en el inciso 2 y la situación pastusa. Si, por la pobreza de noticias, recurrimos a comprobar la orientación política de los hablantes para darnos una idea de su sistema de valores, comprobamos que la mayoría de los personajes que pronunciaban la z fueron del número de quienes se consagraron a «sostener los principios conservadores de la sociedad», como se decía en el lenguaje político de la época. Algunos de ellos son las más grandes figuras hispanoamericanas de esta corriente de pensamiento y acción, como Alamán en Méjico, Arboleda en Colombia y Rosas en la Argentina (tan diferentes, por otra parte, en personalidad y estilo).
Algunos episodios de la vida pública del general Vivanco, caudillo conservador del Perú, muestran la relación que ha debido existir entre su posición política y el lenguaje. Por su misma desmesura, las anécdotas que recordaré permiten ver dicha relación como a través de un lente de aumento. En 1842, durante la lucha por el poder entre Vivanco y Castilla, éste hizo publicar en Tacna unas cartas del primero que habían caído en sus manos. En la imprenta las estropearon y aparecieron sin gramática. Vivanco quedó mortificado al ver que hacía figura de no dominar el español y, a su vez, hizo reproducir fielmente las cartas en un periódico de Arequipa, para que se viera que no se había educado «entre llamas y en la choza» como su rival y «complaciéndose en señalar los efectivos errores lingüísticos del zamarro animal (Castilla)» (34). También en su manifiesto de 1854 contra Castilla, Vivanco censura errores de lenguaje en los decretos de aquél (35), caso único, creo, en que se han esgrimido argumentos de corrección lingüística para justificar una revolución. Quien no conozca la sensibilidad americana en materia de lenguaje no comprenderá estos aspectos risueños de nuestras trágicas guerras civiles. A la luz de lo anterior, cuando el Supremo Director Vivanco pronunciaba sus impecables zetas que tanto impresionaron al joven Ricardo Palma, ¿no estaba queriendo manifestar con ello que sus obras de gobierno corresponderían a las de un hombre civilizado, lo que pensaba que no podría hacer su rival Castilla (que sin duda sesearía), a quien calificaba de «zamarro animal» criado entre llamas porque cometía errores lingüísticos?
Desde este punto de vista, la pronunciación de la z en América se nos muestra como un aspecto de la historia cultural y su perduración y desaparición están ligadas en buena medida al conflicto central del siglo XIX hispanoamericano: la lucha entre conservadores y liberales, o sea, entre el empeño en mantener las tradiciones cuajadas a lo largo de los tres siglos coloniales y la ambición de reemplazarlas por la mentalidad e instituciones del mundo moderno. Conviene ver sobre este telón de fondo la tenue supervivencia y la muerte de la z.
Que el sonido interdental haya encontrado refugio principalmente entre conservadores es, al fin y al cabo, lo que había que esperar: «conservar» es propio de los «conservadores». En este sentido, mis páginas no han hecho más que mostrar lo evidente. El único servicio que aspiran a prestar es el de haber documentado e interpretado el hecho.

Notas:
1 El Simposio de Bloomington. Agosto de 1964. Actas, Informes y Comunicaciones (Bogotá, 1967), pp. 166-175.
2 «Americanismo en el lenguaje, El Repertorio Colombiano», I (1878), p. 6. y Obras completas (Bogotá, 1928), V, p. 123. Caro parece escéptico ante esta tradición, ya que escribe que «semejante señal hubiera sido por punto general equívoca, pues los americanos se dividieron en opiniones, y el elemento indio fue de ordinario adverso a la emancipación». Sin entrar a discutir estas razones de Caro, lo que interesa para mi propósito es señalar que la tradición efectivamente existió: el testimonio de Maza y los otros que ahora publico en este parágrafo lo muestran sin lugar a dudas. Lo que hay que preguntarse, por tanto, no es si l'a prueba era correcta o incorrecta (no era más que un procedimiento folklórico), sino por qué entre americanos y españoles llegó a usarse la z como piedra de toque de procedencia.
De mí diré que recuerdo haber escuchado en mi infancia que, después de la batalla de Maipú, como no existían medios suficientes para atender a todos los heridos en la lucha, quienes recorrían el campo para llevarlos al hospital les pedían pronunciar una palabra en que hubiera z: si la seseaban, los recogían; si no lo hacían, los dejaban. No he podido hallar en mis lecturas una referencia a este episodio.
3-Carlos Delgado Nieto, Hermógenes Maza (El vengador) (Bogotá, 1951), p. 67.
4 Agradezco a D. Guillermo Hernández de Alba el habérmela hecho conocer.
5-El Simposio de Bloomington, pp. 170-171.
6-Juan Francisco Ortiz, Reminiscencias (Bogotá, 1907), p. 72.
7-Lo sacó a luz Roberto Suárez «Vargas Tejada y Miralla», El Repertorio Colombiano, XVI (1897), pp. 161-176.
8-Suárez, art. cit., p. 171.
9- Id., ibid., p. 173- Completo la cita con la edición del Arch. Santander, XI, p. 372, pues Suárez no publica entero el poema de Vargas Tejada.
10-El Simposio de Bloomington, pp. 171-172.
11-«Provincialismos de fonética en Méjico», Memorias de la Academia Mejicana, VI (1910), pp. 381-382.
12-Ibid., p. 382. El autor de los Apuntes para la biografía del Exmo. Sr. D. Lucas Alamán (México, 1854), p. 51, después de relatar que su biografiado sabía francés, italiano, inglés y alemán, añade que conocía asimismo las literaturas de es tas lenguas y la de España, «cuyo idioma hablaba y escribía correctamente, cosa poco común en México». Creo ver en ese hablaba un testimonio de la pronunciación de la z por Alamán, a que se refiere Revilla.
13-«Prólogo» del Diccionario provincial casi-razonado de roces cubanas, 2* ed. (Habana, 1849), p. IV. El pasaje falta en el brevísimo "Prólogo” de la primera edición (Matanzas, 1836), y se repite intacto en los prólogos de las ediciones tercera y cuarta (Habana, 1861 y 1875).
14- Pichardo define así la palabra (cito por la 4* ed. del Dice.)-. «Amanerado en costumbres, hechos o dichos a semejanza del Guachinango, por sus ocurrencias, zalamerías, o modo de hablar contractivo y silboso, marcando demasiado el sonido de la j- y nunca la z».
15- Tomás Navarro, Estudios de fonología española (Syracuse, N. Y., 1946) p. 136.
16- Jorge Mañach, Martí, el apóstol (Madrid, 1933), p. 26. También cuenta Mañach, ibid., p. 53, que en Madrid, en 1871, Martí frecuentaba a Da. Bar barita Echeverría, viudad cubana del general Ravenet, «buscando calor de casa y de eses cubanas».
17-Salvador Camacho Roldán, Memorias (Bogotá, 1923), pp. 112-113.
18-Gustavo Arboleda, Historia contemporánea de Colombia (Bogotá, 1919), II, p. 169.
19-Con correcciones y adiciones de detalle, Cuervo mantuvo el pasaje hasta la última edición de las Apuntaciones; véase en Obras (Bogotá, 1954), I, § 464.
20-Cf. Eduardo Neale-Silva, Horizonte humano. Vida de José Eustasio Rivera (México, 1960), p. 15, n. 1.
21-«Gazapos oficiales», en Tradiciones peruanas (Madrid, s.a.), V, pp. 424- 425. Recuerda este pasaje Enrique Carrión Ordóñez en su reseña a D. L. Can- field, La pronunciación del español en América (Bogotá, 1962), en Sphinx (Lima) III* época, n’ 16 (1967), p. 123.
En espera de mayores precisiones sobre el hecho, me abstengo de tomar en cuenta las noticias que sobre la conservación de la z en el Perú andino recogió P. Hz. Ureña, «Observaciones sobre el esp. en Amér.», Rev. Filol. Esp., VIII (1921). p. 376; igual actitud he adoptado ante una posible vida de la distinción j-z en Santo Domingo a que aludió algunas veces el mismo maestro (art. cit., p. 377, y Bibl. dial. hisp. amer., V, p. 138).
22-Obras (Santiago de Chile, 1886), IV, pp. 20-21 y 91.
23-Ibid., IV, p. 104. En el «Prólogo» de la Memoria, loe. cit., p. 2, Sarmiento escribe: «Que asista a las Cámaras, donde hablan los hombres más ilustrados de la República; y si hay alguno que pronuncie z o v, pregúntele al oído, cuántos años de trabajo le ha costado habituarse a la monería de imitar la pronunciación española». De esta pasaje parece deducirse que había diputados o senadores chilenos que pronunciaban la z; corresponde bien esto a que la pronunciación distinguidora se usaba en el habla elevada, pero resulta difícil ver en esos parlamentarios a los «jóvenes» de que habla Sarmiento en el trozo que copio en el texto. Sospecho que debería haber más de diez o doce distinguidores de s-z en Santiago.
24-Citado por Amalia Sánchez Garrido, Indagación de lo argentino (Buenos Aires, 1962), p. 76.
25-Citado por Ángel Rosenblat, Las generaciones argentinas del siglo XIX ante el problema de la lengua (Buenos Aires, 1962), p. 12, n. 7, según, noticia del fallecido G. Moldenhauer.
26-«Literatura nacional», publ. por Félix Weinberg en el Bol. de Literatura Argentina (Córdoba), I (1964), p. 48.
27-En 1822, desde La Habana, Miralla regaló treinta y siete volúmenes de clásicos Bodoni a la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, como expresión de su agradecimiento a «la gran ciudad donde recibí la instrucción que pudieron proporcionarme mis alcances»; cf. El Argos de Buenos Aires, t. I, n9 99, 28 de diciembre de 1822, p. 4.
28-Obras, IV, pp. 20-21.
29-«Los siete platos de arroz con leche», en Entrenos (Buenos Aires, 1963), pp. 96-97. Cita también este pasaje Rosenblat, Las generaciones argentinas..., p. 34. Piensa Rosenblat que Mansilla exageraba; por mi parte, así por los casos hispanoamericanos de distinción s-z y b-v que recojo en este artículo como por el carácter de discusión lingüística que Rosas imprimió a la conversación, no veo motivo para no considerar exacto el testimonio de Mansilla. Además, son bien conocidas las preocupaciones de Rosas sobre el lenguaje, como no deja de señalar el mismo Rosenblat.
30-Teniendo en cuenta que quienes distinguían s-z también lo hacían con b-r, me atrevo a sospechar, por un razonamiento inverso, que el testimonio de que un americano pronunciaba la v indica, implícitamente, que hacía lo mismo con la z. De ser acertado mi razonamiento, tendríamos la constancia de que nada menos que Bolívar distinguía s-z pues un curioso pasaje nos prueba que para él b y v eran dos sonidos distintos. L. Perú DE Lacroix. Diario de Bucaramanga (París, 1912), p. 142, narra que, durante una comida, en cierto momento Bolívar "pasó a comparar los nombres de Bolivia y Colombia, y sostuvo que aunque el último es muy sonoro y muy armonioso, lo es mucho más el primero. .. «Bo, dijo, suena mejor que Co; li es más dulce que lom, y ida más armonioso que bia». Del comentario que se podría hacer a este interesante trozo sólo quiero destacar ahora que para Bolívar ida y bia sonaban distinto, esto es, eran «pares mínimos», como diría un estructuralista.
31-Ricardo Rojas, El profeta de la pampa. Vida de Sarmiento (Buenos Aires, 1945), p. 33.
A los casos de pervivencia de la z en la Argentina hay que añadir su uso en la palabra corazón, que Ángel Rosenblat, «Dos observaciones de Sarmiento sobre el seseo», Rer. Filol. Hisp., II (1940), pp. 52-54, halló en un viejo criollo de la provincia de San Luis. Como explica Rosenblat, se trata de una pronunciación relacionada con el uso de la palabra en el lenguaje de la vida afectiva o amorosa, y en cantos del mismo tema. Que se trata de una pronunciación tradicional (cuyana, chilena, o ambas a la vez) lo muestra el mismo Rosenblat al recordar que Sarmiento en su Memoria (Obras, IV, p. 2) ya se había referido a que en los salones santiaguinos las señoritas «por monada pronuncian la z» en la palabra corazón. Yo no descartaría totalmente la posibilidad de que, además, estuviéramos frente a una de las últimas manifestaciones del «cecear por gracia» documentado en el español de Ta baja Edad Media y del Siglo de Oro por Amado Alonso, De la pron. med. a la moderna en esp. (Madrid, 1969), II, pp. 128-132.
32- «Hay que confesar que no llegaron a veinte los pastusos verdaderamente partidarios de la independencia», escribe Sergio Elias Ortiz, Chrónicas de la Cib- dad de San Joan de Pasto (Pasto, 1948), p. 166.
33-«El sur de Colombia», en Páginas desconocidas (Habana, [1936]), I, p. 426. La devoción a Fernando VII era típica de los realistas americanos. El cura Castro, que había educado a la madre de Sarmiento, tuvo que ser desterrado de San Juan por haber tomado activo partido contra Ta independencia y, en la miseria, «murió besando alternativamente el crucifijo y el retrato de Fernando VII» (Recuerdos de provincia, en Obras, III, p. 128).
34 Jorge Basadre, «El regenerador». Mercurio Peruano, XIV (1924), p. 215.
35 Id., ibid., p. 123.

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