El seseo se encuentra entre los rasgos americanos de una lengua
pluricéntrica de alcance mundial como el castellano. Aquí ofrecemos un ensayo sobre la historia y evolución de este fenómeno lingüístico, presente en la comunicación cotidiana de la inmensa mayoría de los hablantes nativos del español.
A pesar de las incomprensiones, a veces incluso fruto de prejuicios entre supuestos especialistas del área filológica, esta singularidad de
los hispanohablantes del hemisferio occidental, desde hace mucho tiempo se
encuentra ampliamente aceptada en la norma culta de la lengua de Rubén Darío, Gabriel García Márquez, Pablo Neruda, Alejo Carpentier...
Seseo y distinción s-z en América durante el siglo XIX
Por Guillermo L. Guitarte,
Profesor del Boston College y
en la Universidad de Deusto.
En mi estudio «La constitución de una norma del español
general: el seseo» (1) bosquejé la historia y vicisitudes de este rasgo
fonético en América, desde su antigua consideración como «provincialismo» o «vicio»
de lenguaje hasta su legitimación en 1956, cuando el Segundo Congreso de
Academias de la Lengua Española resolvió que se lo debía estimar como una forma
legítima de hablar español.
Como entonces indicaba, mis páginas eran el resumen de
una investigación que tenía en curso. Mientras llega la ocasión de poderle dar
cima, adelanto aquí algunas noticias sobre la pronunciación de la z en la
América española en el siglo XIX; a varias de ellas me había referido
sucintamente en mi trabajo de 1964, y aquí las presento aumentadas con otros
datos que he ido reuniendo en el correr del tiempo. El apego a la z, escaso
pero indudable, reflejaba la perduración en el Nuevo Mundo de la prestigiosa
norma distinguidora —hoy reducida únicamente a la península— que sólo
lentamente fue desvaneciéndose en la época independiente. Los testimonios que
publico a continuación constituyen, pues, un aporte a la historia del español
de América; pienso que, además, pueden tener interés para la lingüística
general, al mostrarnos los últimos pasos de la pérdida de una distinción
fonológica.
El seseo considerado como pronunciación americana
En mi anterior estudio señalaba cómo ya en la época de la
guerra de la independencia contra España el seseo había alcanzado categoría de
rasgo propio de la pronunciación americana frente a la peninsular. Recordaba, inter
alia, que Miguel Antonio Caro había oído contar que los soldados españoles
reconocían a los patriotas por su seseo - y, por mi parte, presentaba yo el
testimonio inverso del coronel colombiano Maza, que, en 1820, tras la toma de
Tenerife, había hecho pronunciar la palabra «Francisco» a los prisioneros
realistas que había capturado para averiguar su procedencia: «hombre que
pronunciaba la ce a la española era hombre perdido, iba “al baño” [era arrojado
al Magdalena] sin remedio» (2) (3).
Estos ejemplos de considerar el seseo como una
característica del habla americana pueden ampliarse con otros. En la Gazeta
de la ciudad de Bogotá, núms. 130 y 131, 24 y 31 de enero de 1822, pp. 426
y 429, ff. 392 y 394, se publicó una propuesta según la cual, para escribir
como se pronuncia, y pronunciar como debe ser, se ha proyectado suprimir al
alfabeto castellano cuatro letras, a saber C.Q.X.Z., corruptoras de la buena
pronunciación. En los números 133 y 134 de la misma Gazeta, pp. 437-439,
apareció una respuesta 4 al proyecto de reforma ortográfica; «las
letras C.Q.X.Z., naturales del abecedario castellano y vecinas de Colombia», van presentando sus razones para que se levante el «injusto destierro» a que las había
condenado el ortógrafo reformista. La z comienza, p. 439, su defensa de esta
manera:
El odio que el Sor.
epifilo tiene a los que pronuncian «Franzisco» con mi ayuda lo ha *echo trascendental a *mi y quiere que yo
engrille como ellos. No hay duda [de] que Apio Claudio no aborrecía [a]
aquellos, y a mi tubo un odio mortal, solo porque al pronunciarme se figuraba
que hacia lo mismo que hacen los que engrillan *baxo el cuchillo Colombiano,
según refiere Mar- [c]iano Capela aludiendo a que lo mismo articulan los
moribundos que los que me pronuncian.
En este pasaje encontramos dos puntos de interés con
respecto al seseo: 1) la z revelaba a los españoles: «el
odio. . . a los que pronuncian Fran- zisco con mi ayuda»;
2) el artículo de la Gazeta viene a confirmar el carácter de sibolet
que tenía el seseo, tal como lo hemos visto empleado por el coronel Maza: los
que hablan con la z «engrillan baxo el cuchillo
Colombiano». Hay que notar que es justamente la misma
palabra «Francisco», que les hacía
pronunciar Maza a sus prisioneros, la que trae como ejemplo el autor de la
defensa de la letra z. Esto hace pensar que Maza estaba sirviéndose de un
procedimiento ya tradicional para reconocer a los españoles europeos (como
entonces se decía); los elementos de la prueba estaban fijados: no se les hacía
decir una palabra cualquiera, sino se les preguntaba: «“di
«Francisco”».
Por último, otro dato viene a confirmar la vitalidad de
la tradición que Caro había escuchado, y que él fijó por escrito en 1878. En el
mismo año de su nacimiento, un «Remitido» publicado
en El Día de Bogotá, año IV, núm. 198, 19 de nov. de 1843, p. 1, n. 1,
afirma tajantemente: «Nadie ignora que la letra Z es eminentemente española y
que en la lucha entre independientes y chapetones servía para conocer a éstos».
La pronunciación de la z en América
Junto a esta universalidad del seseo en América a
comienzos del siglo XIX, existen también noticias de que, tanto por estos años
como por varios decenios más, dicha pronunciación fue considerada por los
hispanoamericanos como un vicio o regionalismo impropio de un hablar cultivado.
En mi citado trabajo (5) mostraba que ésta era la actitud que ante el rasgo
adoptaban en 1823 García del Río y Bello, y reproducía los juicios negativos de
este último en sus obras de ortología.
Exteriores de la Gran Colombia, en los tiempos en que
dirigía la nación como vicepresidente el general Santander; secretario del «Hombre
de las Leyes» era el conocido poeta y dramaturgo Luis Vargas Tejada, muy joven
entonces. Santander le pasó a Miralla un poema de su secretario, para que le
diese su juicio sobre sus méritos. Miralla rindió su informe en una elogiosa
epístola en tercetos, fechada a 14 de marzo de 1824. Reconociendo el valor del
joven poeta, no deja, sin embargo, de señalarle algunas fallas; entre los
consejos que le da, indica:
Y la gran diferencia que hay repare
Entre la ese y la zeta, pues no rima
La voz opuesta en que ambas colocare (8).
Como era de imaginarse, Miralla, que hablaba «la lengua
castellana con tanta pureza y corrección», le reprocha las rimas seseantes al
poeta colombiano. Vargas Tejada, a quien Santander mostró la epístola de
Miralla, contestó a su vez con otro poema. En él se disculpa por sus errores y,
al mismo tiempo, se defiende de las críticas de Miralla; con respecto a «reparar
en la gran diferencia que hay entre la efe y la zeta», responde:
Sí diré en mi defensa, que la norma
De la pronunciación el verso sigue,
Y a su regla y modelo se conforma.
Así no es de extrañar que aunque prodigue,
A evitar los defectos provinciales,
El poeta su atención, no lo consigue.
El colombiano que pronuncia iguales
La ce, la zeta y la ese, aunque resabio
Sepa que es, de Jos toscos nacionales;
A tal pronunciación enseña el labio,
Y es éste el que dirige en la cadencia
No sólo al principiante, sino al sabio (9).
En Vargas Tejada se nota lo inferior que en su época se
sentía el seseo ante la pronunciación distinguidora: pertenecía a «los defectos
provinciales», era «resabio. .. de los toscos nacionales». Con todo, es propio
del «colombiano» (quién sabe si acaso Vargas Tejada habrá creído que los
argentinos distinguían s y z, tal como hacía Miralla), como por otra parte ya
sabíamos por su empleo para distinguir al enemigo durante la guerra de la
independencia. Hay que señalar que Vargas Tejada mira al seseo con incipiente patriotismo, pues parece defender
su uso al terminar diciendo que la pronunciación nativa es guía «en la
cadencia, no sólo al principiante, sino al sabio». Sin embargo, dada la tacha
de «provincialismo» que le
adjudica, no resulta posible ver en esta defensa más que una justificación
razonable de las rimas seseantes censuradas por Miralla, no una proclamación de
independencia lingüística americana. Para que tuviera este significado debería
haber una valoración positiva del seseo como rasgo nacional, y no como «provincialismo»
hispánico. Éste será el planteo que, con base en la filosofía de la historia
del romanticismo, hará Sarmiento por primera vez, en 1843, en su Memoria sobre
ortografía americana (10) (11).
En realidad, en tanto el seseo se consideraba un «vicio»
era de esperar que hubiera quienes, apuntando a la norma idealmente correcta,
lo evitaran y pronunciaran la z. Ya hemos visto cómo lo hacía Miralla y era
tenido por ello como dechado de la buena lengua castellana. A lo largo de toda
Hispanoamérica se pueden recoger ejemplos de personas que continuaban
distinguiendo s-z en el siglo XIX, y aun en el siglo XX. No me refiero, desde
luego, al teatro, que constituye un caso especial.
MÉJICO. — Manuel G. Revilla, después de decirnos que en
su país se han perdido «los sonidos fuertes c y z, y a las veces el de la x y
el suavísimo de la ll» nos informa que «implícitamente se reconoce esta
necesidad de la recta pronunciación en Méjico cuando vemos que no hay entre
nosotros persona medianamente ilustrada que, refiriéndose al ejercicio cinegénico,
deje de pronunciar cazar, caza y cacería a la española, a fin de evitar
equívocos si se convierten estas palabras en homófonos de casar, casa y caserío»
(11). Y luego, animando a sus compatriotas en la reconquista de los sonidos
perdidos, para mostrarles que no es tarea imposible nos trae esta interesante
noticia:
En la realidad, mejicanos
hubo y los hay que en el trato familiar hayan adoptado una pronunciación del
todo castiza. Citaré aquí al historiador y estadista D. Lucas Alamán, al poeta
D. Alejandro Arango y Escandón y al constituyente D. José María Mata entre los
fenecidos; y entre los que aún viven, a D. Francisco A. de Icaza, representante
de Méjico en Alemania, y al docto anticuario D. Francisco del Paso y Troncoso,
que al presente reside en Madrid. En la tribuna el poeta D. Rafael de Zayas
Enríquez recita a la española, y a la española habla en el púlpito el señor
Montes de Oca, obispo de San Luis Potosí (12).
Así, pues, destacadas figuras de la vida intelectual y
pública del Méjico del siglo XIX (y entrado el actual) todavía distinguieron
s-z.
CUBA. — Su situación es especial, en cuanto permaneció dentro
de la órbita peninsular durante la casi totalidad del siglo XIX. Ofrece, sin
embargo, un cuadro básicamente idéntico al de la América independiente; seseo
general, considerado como vicio. Es probable que aquí los intentos de
pronunciar la z se hayan prolongado por mucho más tiempo que en el continente,
pues la vinculación directa con España hacía de la metrópoli distinguidora el
centro prestigioso del poder y de la cultura de la vida cubana. La existencia
de ensayos de pronunciación distinguidora entre los criollos parece estar más
extendida que en las repúblicas hispanoamericanas por la misma época. Estaban
Pichardo, el iniciador de los estudios de lenguaje en Cuba, escribe en 1849:
. . .generales son ciertas
faltas prosódicas, vg., la confusión de la C con la S en las sílabas ce ci y la
z en todas. En Andalucía el Ceceo tiene excepciones, no obstante el grande
abuso; en la isla de Cuba no hay una persona de su suelo que pronuncie ce ci y
la z como se debe; lo mismo sucede con la ll y la y, con la b y la v: todo es r
y b: la costumbre y el trato común desde la infancia forman una habitud
invariable: las gentes de letras escriben correctamente, aun cuando se esmeren
en perfeccionar su pronunciación en sus mayores años, al fin se cansan hablando
con un trabajo y afectación que les hace volver a la locución aguachinangada.
Yo, por mí, debo confesar que, en las conversaciones no muy familiares, empiezo
cuidadosamente distinguiendo la c y la z de la r, la ll de la y, la v de la más
a poco, todo se me olvida, y adiós prosodia. . . Pudiera suceder que
paulatinamente se lograse la reforma esmerándose los maestros de primeras
letras en ello, sin disimular a los niños un solo defecto, aun en sus
comunicaciones y juegos (13).
En la Hispanoamérica independiente no son frecuentes por
estos años los casos de pronunciación de la z; en cambio, en Cuba, Pichardo
cuenta que la intentaban las «gentes de letras», así en general; es decir, que
mientras en el continente hallamos personas aisladas, en la isla parece
tratarse de todo un grupo social, que puede corresponder a la llamada «gente
culta». Esta diferencia ha de deberse al peso y prestigio que daba a lo español
peninsular su dominio de Cuba. Creo descubrir un eco del predominio de los
criterios lingüísticos de la madre patria en la isla en el calificativo de aguachinangada
que da Pichardo al habla criolla no distinguidora. Este adjetivo significa
'amanerada, zalamera’ (14), y corresponde a la impresión que al castellano
causa el habla antillana, a la que en España «se le atribuye en general una
lentitud blanda y perezosa, una dulzura y languidez» (15) (16) características.
Estas notas dan la idea de un modo de hablar que resulta «meloso», como a veces
algunos peninsulares lo han llamado. Y de hecho, quien habla melosamente
produce el efecto de amanerado o zalamero, es decir, de aguachinangado.
Pichardo, pues, estaría calificando su habla nativa desde el punto de vista de
un español, no de un cubano: a tal punto los criterios imperantes en la isla
serían los peninsulares, no los criollos. Esto iría mucho más lejos de lo que
en esa época ocurría en el resto de Hispanoamérica, donde el seseo se sentía
simplemente como una desviación del habla correcta, sin que existiera ya el
recuerdo del juicio que sobre él hacían los españoles.
Sin embargo, tanta es la unidad básica de Hispanoamérica
que en Cuba encontramos, sin más diferencia que un cierto retraso, la misma
actitud de considerar a la distinción s-z y al seseo como símbolos de lo
español y lo americano. Cuando Martí empezó a los trece años —en 1866— sus
estudios en la escuela que dirigía Rafael María Mendive en La Habana, se trató
con muchachos:
. . . que proceden de las
dos zonas más diferenciadas de la sociedad colonial. Los hay robustos y
rapados, que hablan con una zeta un poco forzada y calzan recios borceguíes.
Otros, los más, son delgados y cetrinos, de pie menudo y cierto mimo en el
vestir. Hijos de padre peninsular militante, los «gorriones» están
decididamente en minoría. . . Llaman despectivamente «bijiritas» a los criollos
más netos, que se agrupan con solidaridad instintiva y les devuelven un desdén
envuelto en jocosidades 1C.
Los hijos de españoles partidarios de mantener la unión
con España se distinguían por mantener las costumbres españolas; en el plano
del lenguaje esto consistía en pronunciar la z. Como el autor del «Remitido» a El Día de Bogotá, citado en el parágrafo
anterior, sabían que éste era un sonido «eminentemente español» que no
empleaban los nativos separatistas.
En Cuba, por tanto, se reproduce la misma situación que
ya se había presentado en el continente: al llegar el momento del
enfrentamiento entre peninsulares y criollos la z funciona como rasgo
lingüísticamente relevante de los primeros.
COLOMBIA. — El famoso político y poeta Julio Arboleda
hizo en 1846 sus primeras armas en el Congreso de su patria. Un testigo del
acontecimiento nos cuenta lo siguiente:
Su primer discurso causó
una sensación extraordinaria, pues nunca tal vez, se había oído en la tribuna
de este país ese género de elocuencia literaria y compuesta, tanto en el fondo
como en la forma. La forma sobre todo: los ademanes, las inflexiones de la voz,
clara, resonante, la pronunciación española de la c y la z, denotaban estudios
teóricos del arte y buenos ejemplos de los países europeos en donde había
recibido su primera educación (17).
Un historiador moderno nos proporciona una noticia
suplementaria sobre el eco que tuvieron los discursos del caudillo payanés:
Arboleda pronunciaba con
gran propiedad la c, la z y la s, al estilo español, cosa que fue una de las
que más llamaron la atención en él, y se puso de moda en esta capital [Bogotá]
el hablar no digamos a la española sino a la andaluza, pues los imitadores del
célebre tribuno y poeta confundían de lo lindo las tres letras (18).
Tal como Miralla había sido admirado en Bogotá hacia
1824-1825 por su distinción de r y z, igualmente a mediados del siglo Arboleda
despertaba entusiasmo por la misma causa y tenía imitadores de su pronunciación
española. Este respeto bogotano por la z debió durar mucho tiempo más. Cuervo
señalaba en la primera edición de sus Apuntaciones (Bog., 1867-72), § 342:
Otro de los medios de
ennoblecerse excogitados por nuestros paisanos es el de cambiar en los
apellidos la r en z, la b en v: así Cortés, Montañés, Chaves, Losada, Mesa,
Quesada, Córdoba, son para muchos Cortez, Mon- tañezt Chávez, Lozada, Meza,
Quezada, Córdova (19).
Se trata, desde luego, de ultracorrecciones que revelan
el deseo de acogerse al prestigio de la z (y de la v). A una actitud diferente
surgida con el transcurso del tiempo (o acaso a su origen no bogotano) habrá
que atribuir el que José Eustasio Rivera, el conocido autor de La vorágine,
haya cambiado en sus años de estudio en Bogotá (1906-1909) el «Eustasio» de su
nombre en «Eustasio». Cuando le preguntaron a qué se debía el cambio, contestó:
«Lo cambié porque sí; no me vengan con filologías» (30). Postura bien distinta
de la de los bogotanos de la época de Cuervo.
PERÚ. — Era previsible que encontraráramos una
perduración de la distinción s-z en la tierra en que tuvo su más brillante
desarrollo la civilización española de la época colonial. Lo atestigua un
recuerdo del autor de las Tradiciones peruanas-, el episodio que narra Ricardo
Palma ha de corresponder al segundo intento (1856-1858) por dirigir el Perú del
general Manuel Ignacio de Vivanco:
Cierto que el general
Vivanco hablaba la lengua de Castilla como el más culto burgalés o
vallisoletano, y que a ningún limeño (exceptuando el conde de Cheste [Juan de
la Pezuela, que desde muy niño vivió en España]) he oído pronunciar la c y la z
con mayor naturalidad y corrección.
Era yo mozalbete, y, como
muchos otros, creía que para merecer el título de vivanquista de primera agua
bastaba y sobraba con no discrepar en la pronunciación de aquellas consonantes.
Hasta creo que (¡Dios me perdone el candor!) a fuerza de perseverancia llegué a
habituarme. . . las limeñas dieron en burlarse de los que pronunciábamos c y z,
bautizándonos con el nombre de azúcenos. Trabajillo me costó olvidar la maña,
lo confieso (20) (21).
Como se desprende de lo que escribe Palma, Vivanco estaba
lejos de ser el único limeño que pronunciaba la z: sólo era quien lo hacía con
la mayor «naturalidad y corrección»;
interpreto esto como que Vivanco tenía la articulación exacta del sonido
interdental (sin exagerarlo, como suelen hacer los americanos) y lo pronunciaba
donde correspondía (no cometía errores o ultracorrecciones). Como Arboleda en
Bogotá, también Vivanco tenía prosélitos y contaba con un grupo de admiradores
que hacía escuchar la z en Lima por el sexto decenio del siglo pasado. Que el
caso ya era bien insólito se comprueba por las burlas y el apodo que recibieron
esos mucha chos; caído Vivanco, abandonaron —no sin trabajo— su «maña» (lejano
eco, sin duda, de la educación que había recibido su ídolo en la Lima
virreinal).
CHILE. — En 1843 Domingo Faustino Sarmiento publicó en
Santiago su Memoria sobre ortografía americana. Por este escrito, y por
los artículos que el emigrado argentino escribió a propósito de la polémica que
desencadenó su Memoria, nos enteramos que hasta ese año enseñaba a sus alumnos
a pronunciar la z; no lograba, sin embargo hacerlos hablar corrientemente con
la interdental: fuera de la lectura, volvían naturalmente al seseo o cometían
errores y ultracorrecciones a granel (22), como los admiradores de Arboleda en
Bogotá y los limeños que no alcanzaban la perfección de Vivanco. Con todo, al
calor de una de las muchas discusiones que provocó su proyecto de reforma
ortográfica, Sarmiento nos refiere que en Santiago:
Sé muy bien que hay diez o
doce jóvenes que se han ejercitado en imitar, en singer, el habla de los
castellanos. Usted [uno de los que habían criticado su Memoria] será uno de
ellos y yo también soy otro; pero todos esos no hablan habitualmente; leen
cuando más así, o cuando hablan ex cathedra; tienen, o más bien diré, tenemos
dos idiomas, uno de parada, otro para el uso común. Cuando afirmo este hecho
debo advertirle que conozco personalmente a todos los que imitan el hablar
español y que les he observado los errores que a cada paso cometen (23).
Como en otros países hispanoamericanos, también en Chile
perduraba el prestigio de la norma distinguidora, y no faltaban personas que
pronunciaban la z en ocasiones de hablar con solemnidad, esto es, para
ennoblecer el discurso. Resulta curioso saber que, según propia declaración, el
autor del Facundo pertenecía al número de quienes dominaban un español de «parada»,
es decir, de gala, en que se usaba el sonido interdental.
ARGENTINA. — En ella encontramos la misma situación que
en las otras partes de Hispanoamérica: un seseo general y, al mismo tiempo,
condenado como una lastimosa corruptela. Este cuadro ya lo ofrece el autor de
la primera gramática argentina, Antonio J. Valdés, quien escribe en su
Gramática y ortografía de la lengua nacional (Buenos Aires, 1817):
Sílabas ce ci: en el uso
de esta letra es menester particular atención, por el intolerable abuso de
confundirla con la r, siendo tan opuestas entre sí (24).
Nueve años más tarde, una
crítica teatral de El *Mensagero Argentino de Buenos Aires, 6 de junio
de 1826, expresa la misma tónica:
Por supuesto que no hay
casi actor ni actriz que conozca y practique la diferencia de pronunciación que
hay de la c y de la z a la r. Este defecto es tan común en el país que quizá
esta misma generalidad impide que se note... (25) *
Juan Cruz Varela, la mayor figura literaria de la época,
se lamentaba en 1828 de que la pronunciación argentina «es viciosísima, en
todas las clases» ,26. Resulta difícil no pensar que Varela esté refiriéndose al
universal seseo que denuncian los dos autores anteriores (y que, dicho sea de
paso, practicaba él mismo, según muestran varias rimas de sus poesías) como uno
de los «vicios» que deseaba desarraigar del habla de su patria.
Esta valoración negativa del seseo y los utópicos
intentos de desterrarlo hacían que existiera una pronunciación de la z en el
habla elevada argentina. Pocas, o muy pocas, serían las personas que hicieran
la distinción, pero no cabe duda de que las había. A comienzos de este
parágrafo ya se ha visto que José Antonio Miralla distinguía s-z. Desde luego,
no es fácil decidir en qué medida se lo puede tener como representativo de una
pronunciación culta rioplatense. Como es sabido, Miralla salió de la Argentina
a los veinte años, para nunca más volver, y luego residió en Lima, Madrid, La
Habana y Bogotá. Yo me inclino a creer que adoptó un uso porteño, pues hizo sus
estudios en Buenos Aires y consideraba a esta ciudad como el sitio donde
recibió su formación (27). Pero, naturalmente, esto es sólo una conjetura, y
conviene dejar en suspenso el caso de Miralla.
No creo que pueda dudarse, en cambio, que Sarmiento formó
en la Argentina sus hábitos de enseñar la z en la escuela y de pronunciar él
mismo la interdental en su lenguaje «de parada». En su Memoria, a fin de
mostrar la falta de sentido de querer imponer la z a los niños dice:
En este punto puedo
presentar un testimonio intachable de la inutilidad y del desacierto de
semejante tentativa. Este testimonio, señores, es el mío propio, el de una experiencia
de muchos años de enseñanza, en los que no he omitido cuidado alguno para hacer
pronunciar bien, como desacordadamente lo imaginaba, y hasta el momento en que
escribo esto, en los establecimientos de educación que dirijo, sostengo la
lucha entre la pronunciación ficticia, extranjera, española de z y v, y el
hábito americano, maternal, de la pronunciación mixta de la r (28).
Al escribir en 1843 que en su reforma ortográfica lo
asiste «una experiencia de muchos años de enseñanza» de la z, es evidente que
Sarmiento está tomando en cuenta su actividad de maestro anterior a 1840, en
que comienza su largo ostracismo en Chile.
Solamente conozco otro ejemplo de pronunciación de la z
en el habla elevada de la Argentina por los años del de Sarmiento. La
practicaba un personaje igualmente famoso, el mortal enemigo del autor del
Facundo: Juan Manuel de Rosas. Debemos la noticia a su sobrino Lucio V.
Mansilla. Cuando éste volvió a Buenos Aires en diciembre de 1851, tras un largo
viaje alrededor del mundo, al día siguiente de su llegada fue a visitar a su
tío. Ya se había pronunciado Urquiza, había vencido a Oribe en la Banda
Oriental y la situación general presagiaba la pronta caída de Rosas, como
efectivamente ocurrió menos de dos meses más tarde. En un singular episodio,
muy revelador de la personalidad de D. Juan Manuel, éste, sin tocar la
política, pasa casi todo el encuentro leyendo a su sobrino el mensaje anual que
había presentado a la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires, e
interrogándolo continuamente sobre aspectos gramaticales y léxicos del escrito:
Y siguió hasta el fin de
la página, leyendo hasta la fecha 1851, pronunciando la ce, la z, la ve y la
be, todas las letras, con la afectación de un purista (29).
Para Rosas, en un acto solemne —como el del Gobernador
dirigiéndose a la Legislatura— el criterio de la pronunciación correcta
requería distinguir s-z-, ésta era la carga adicional que debían llevar en
América quienes querían hablar bien, pues se sumaba a la mitológica distinción
b-v que la Real Academia Española recomendó a todos los hispanohablantes hasta
1931.
Se habrá visto cómo en varios de los pasajes que he
transcripto la distinción s-z aparece en compañía de la b-v (30).
La historia lingüística nos revela en la conducta de
Rosas y Sarmiento ante la z lo que ya han puesto en claro otras disciplinas del
saber histórico. La pronunciación «española» (según expresión de la época) de
Rosas es otra tradición del viejo mundo colonial que, como tantas veces se ha
señalado, sigue manteniéndose en la mentalidad del Restaurador de las Leyes; en
Sarmiento, que en 1843 abandona la z tras haberla enseñado y practicado durante
«muchos años», vemos confirmado que «lo singular en este criollo es que en él
madura, como en un fruto pleno, la estirpe his- pano-colonial, y que su
pensamiento estalla luego contra esa tradición en que se ha formado» (30) (31).
La distinción s-z en Pasto (Colombia)
Aunque el testimonio que examinaré aquí es un caso de
pronunciación de z como los del parágrafo anterior, merece un lugar aparte por
su carácter excepcional y la riqueza de pormenores con que se puede seguir la
vida del fenómeno.
El pasaje que copio a continuación pertenece al
distinguido historiador y académico, natural de Pasto, D. Sergio Elias Ortiz,
quien —por amable intercesión de la señorita Olga Cock Hincapié— ha tenido la
gentileza de poner por escrito para mí sus recuerdos sobre la distinción s-z en
su ciudad nativa. Escribe el doctor Ortiz:
Hasta mediados del siglo
XIX era común en Pasto la distinción de r y z entre las familias
tradicionalistas que se daban de ascendencia muy española. Después se fue
perdiendo esta tradición.
En 1930, la señora
Virginia Ortiz de Villota (70 años de edad) todavía conservaba la pronunciación
distinguidora que aprendió de sus padres. No tomó el hábito del seseo, que por
esta época ya era general en Pasto, posiblemente porque desde que contrajo
matrimonio vivió alejada de la ciudad en la hacienda Guapuscal. En cambio, su
hermana Doña Dolores, que vivía en Pasto, adoptó la pronunciación propia de la
ciudad.
Doña Virginia era persona
muy conservadora y tradicionalista. Tenía la costumbre de cantar la aurora con
los servidores de su casa a las cuatro a. m. Entonaban una serie de cantos
antiquísimos y decían al final: «Ahora encomendemos a Su Majestad el Rey, a Su
Alteza el Príncipe y a toda la demás Real Familia». En este canto de la aurora
los servidores también hacían la distinción de s y z.
El Doctor José Rafael
Sañudo, que era la esencia del tradicionalismo en Pasto y murió en 1943,
practicó hasta lo último la distinción de r y z. Fue el último que conservó
esta tradición en Pasto. El Doctor Sañudo era historiador, escribió Estudios
sobre la vida de Bolívar.
Para comprender bien las noticias de este tan interesante
trozo hay que tener en cuenta algunos aspectos de la historia de Pasto. Esta
región, con capital en la ciudad del mismo nombre, corresponde al actual
departamento de Nariño, en el sur de Colombia, formando frontera con el
Ecuador. Durante la guerra de la independencia, Pasto fue la Vendée de la América
española por su inquebrantable y prácticamente unánime fidelidad a la causa
realista (32). Fue la última comarca americana sometida a los ejércitos
patriotas, y esto ocurrió cuando, por su obstinada resistencia, estaba ya casi
exterminada la población masculina en edad de combatir.
El testimonio de Pasto sobre la conservación de la z se
destaca por su magnitud sobre todos los otros que he podido reunir. En primer
lugar, por su extraordinaria duración: era común en muchas familias hasta
mediados del siglo pasado, y el Dr. Sañudo, muerto en 1943, todavía practicaba
la distinción s-z. Obsérvese que no se trata de un ejemplo de un maestro que
enseña la z a sus alumnos, o de algún orador o sacerdote que alguna vez la
pronuncia en sus discursos o sermones; casos de este tipo todavía aparecen
ocasionalmente en Hispanoamérica, pero, pese a su interés, son de un alcance
limitado. El doctor Sañudo era una personalidad de la vida social e intelectual
de la capital de una provincia de una república hispanoamericana que, hasta
hace treinta años, utilizaba normalmente la z en su conversación y en su
cátedra de la universidad.
En segundo lugar, en Pasto existió hasta cerca de
mediados del siglo XX una verdadera tradición familiar de la pronunciación
distinguidora: la z se aprendía en el hogar. Por el contrario, en los ejemplos
de pronunciación de la interdental que doy a conocer en el inciso 2 (salvo el
caso especial de Cuba), parece tratarse de personas aisladas que se esforzaban
por su cuenta en hacer la distinción.
Por último, otra gran diferencia estriba en que el uso de
la z en Pasto abarcaba todos los niveles del habla, mientras que en las otras
regiones hispanoamericanas —dentro de lo que el carácter escueto de las
notic'as permite deducir— ha de haberse utilizado en la mayoría de los casos
sólo en el discurso elevado, en lo que Sarmiento llamaba el idioma «de parada».
En cuanto a las razones de esta excepcional situación de
Pasto en la historia de la conservación de la z, creo que las noticias que da
el Dr. Or- tiz permiten hacérnoslas sospechar. Ocurría —nos dice— «entre las
familias tradicionalistas que se daban de ascendencia muy española». Ha de
tratarse de un esfuerzo por identificarse con lo español, representado
lingüísticamente en América (como ya se ha visto en el inciso 1) por el sonido
interdental. Se puede comprender el sentido de adhesión a los elementos que
simbolizaban su pertenencia a la civilización cristiana y europea en lo que
originariamente fueron pequeños núcleos de colonos, aislados en los Andes entre
cadenas de precipicios y en medio de una población indígena muy superior en
número. Un vivo tradicionalismo fue manteniendo a lo largo del tiempo este
recurso cohesivo de supervivencia cultural. La constitución de la nacionalidad
colombiana y las circunstancias de la vida moderna terminaron por hacer
desaparecer lo que se había convertido en una reliquia de tiempos ya pasados.
Cuán fuerte era en Pasto la identificación con lo español
lo muestra su tenaz defensa de la monarquía española en América, a la que más
arriba me he referido, que le valió de sus vecinos el título de «la tierra
clásica del fanatismo». Esta lealtad a lo heredado, este desarrollarse la vida
por los cauces de lo tradicional, es sin duda la clave de la extraordinaria
perduración de la z en la región. Lo muestra de una manera impresionante la
escena de la señora Ortiz de Villota cantando la aurora en su hacienda con la
servidumbre, entonando antiquísimos cantos que terminaban impetrando la
protección divina para el rey, el príncipe y toda la familia real. Esto, hasta
1930. Y dichos cantos de la época colonial, con rogativas por el rey, se
pronunciaban con la z: es evidente la relación entre la defensa del rey (del
mundo cultural español que encarnaba el rey) durante la guerra de la
independencia y la pronunciación española con la interdental.
En 1879 escribía Juan Montalvo de los pastusos:
Su persona moral es
también extraordinaria; tan firmes en sus opiniones, tan leales a su partido,
que aún hay en Pasto ancianos que en la menor ocasión salen a la plaza, echan
el sombrero al aire y gritan: ¡Viva el Rey! ¡Viva nuestro muy amado Fernando
VII! (33).
Los ancianos de que habla Montalvo han de haber sido los
sobrevivientes de las durísimas luchas contra los patriotas. Aplastados al fin,
no habían perdido su espíritu —como se ve— y todavía cincuenta y cinco años
después de la batalla de Ayacucho seguían lanzando su antiguo grito de entrada
en combate: ¡Viva el Rey!
La señora Virginia Ortiz de Villota ha de haber presenciado
estas escenas de la plaza de Pasto, que, por otra parte, serían sólo el aspecto
visible de una tradición que se seguiría manteniendo en el interior de los
hogares. Comprendemos que haya asumido y continuado esa tradición de firmeza y
lealtad que era la esencia de su pueblo.
La larguísima y rica vida de la pronunciación
distinguidora s-z en Pasto se sale de lo común que hemos observado en
Hispanoamérica. Pero —se convendrá en ello— Pasto también es una tierra que se
sale de lo común.
Una conjetura final sobre la conservación de la z
El caso de Pasto, que se puede observar con algún
detalle, invita a intentar descubrir los motivos que funcionaron en el
mantenimiento de la distinción s-z. Ocurría allí «entre las familias
tradicionalistas que se daban de ascendencia muy española». Da. Virginia Ortiz
de Villota era «muy conservadora y tradicionalista» y el Dr. Sañudo era «la
esencia del tradicionalismo en Pasto». Es decir, la pronunciación distinguidora
se daba entre familias que hoy llamaríamos «conservadoras». No utilizo, desde
luego, el término en un sentido político sino para caracterizar toda una
concepción de la vida. La persistente conservación del sonido «eminentemente
español» de la z podía significar simplemente el mantener intacta («pura») la
cultura española y europea, a la que se adhería con toda convicción.
Los otros casos que he reunido de la utilización de la z
en América casi no hacen más que señalar meramente el hecho. Me guardaré de
extender la explicación de lo que puede haber ocurrido en Pasto a los otros
ejemplos. Sería equivocado generalizar a todas las comarcas hispanoamericanas
las circunstancias de una sola de ellas y, además, motivos de muy diversa
índole pudieron entrar en juego en el empleo de la z. Pero, dentro de la
diversidad que es necesario señalar, hay, sin embargo, un rasgo común entre los
casos de conservación de la z presentados en el inciso 2 y la situación
pastusa. Si, por la pobreza de noticias, recurrimos a comprobar la orientación política
de los hablantes para darnos una idea de su sistema de valores, comprobamos que
la mayoría de los personajes que pronunciaban la z fueron del número de quienes
se consagraron a «sostener los principios conservadores de la sociedad», como
se decía en el lenguaje político de la época. Algunos de ellos son las más
grandes figuras hispanoamericanas de esta corriente de pensamiento y acción,
como Alamán en Méjico, Arboleda en Colombia y Rosas en la Argentina (tan
diferentes, por otra parte, en personalidad y estilo).
Algunos episodios de la vida pública del general Vivanco,
caudillo conservador del Perú, muestran la relación que ha debido existir entre
su posición política y el lenguaje. Por su misma desmesura, las anécdotas que
recordaré permiten ver dicha relación como a través de un lente de aumento. En
1842, durante la lucha por el poder entre Vivanco y Castilla, éste hizo
publicar en Tacna unas cartas del primero que habían caído en sus manos. En la
imprenta las estropearon y aparecieron sin gramática. Vivanco quedó mortificado
al ver que hacía figura de no dominar el español y, a su vez, hizo reproducir
fielmente las cartas en un periódico de Arequipa, para que se viera que no se
había educado «entre llamas y en la choza» como su rival y «complaciéndose en
señalar los efectivos errores lingüísticos del zamarro animal (Castilla)» (34).
También en su manifiesto de 1854 contra Castilla, Vivanco censura errores de
lenguaje en los decretos de aquél (35), caso único, creo, en que se han esgrimido
argumentos de corrección lingüística para justificar una revolución. Quien no
conozca la sensibilidad americana en materia de lenguaje no comprenderá estos
aspectos risueños de nuestras trágicas guerras civiles. A la luz de lo
anterior, cuando el Supremo Director Vivanco pronunciaba sus impecables zetas
que tanto impresionaron al joven Ricardo Palma, ¿no estaba queriendo manifestar
con ello que sus obras de gobierno corresponderían a las de un hombre
civilizado, lo que pensaba que no podría hacer su rival Castilla (que sin duda
sesearía), a quien calificaba de «zamarro animal» criado entre llamas porque
cometía errores lingüísticos?
Desde este punto de vista, la pronunciación de la z en
América se nos muestra como un aspecto de la historia cultural y su perduración
y desaparición están ligadas en buena medida al conflicto central del siglo XIX
hispanoamericano: la lucha entre conservadores y liberales, o sea, entre el
empeño en mantener las tradiciones cuajadas a lo largo de los tres siglos
coloniales y la ambición de reemplazarlas por la mentalidad e instituciones del
mundo moderno. Conviene ver sobre este telón de fondo la tenue supervivencia y
la muerte de la z.
Que el sonido interdental haya encontrado refugio
principalmente entre conservadores es, al fin y al cabo, lo que había que
esperar: «conservar» es propio de los «conservadores».
En este sentido, mis páginas no han hecho más que mostrar lo evidente. El único
servicio que aspiran a prestar es el de haber documentado e interpretado el
hecho.
Notas:
1 El Simposio de Bloomington. Agosto de 1964. Actas,
Informes y Comunicaciones (Bogotá, 1967), pp. 166-175.
2 «Americanismo en el lenguaje, El Repertorio Colombiano»,
I (1878), p. 6. y Obras completas (Bogotá, 1928), V, p. 123. Caro parece
escéptico ante esta tradición, ya que escribe que «semejante señal hubiera sido
por punto general equívoca, pues los americanos se dividieron en opiniones, y
el elemento indio fue de ordinario adverso a la emancipación». Sin entrar a
discutir estas razones de Caro, lo que interesa para mi propósito es señalar
que la tradición efectivamente existió: el testimonio de Maza y los otros que
ahora publico en este parágrafo lo muestran sin lugar a dudas. Lo que hay que preguntarse,
por tanto, no es si l'a prueba era correcta o incorrecta (no era más que un
procedimiento folklórico), sino por qué entre americanos y españoles llegó a
usarse la z como piedra de toque de procedencia.
De mí diré que recuerdo haber escuchado en mi infancia
que, después de la batalla de Maipú, como no existían medios suficientes para
atender a todos los heridos en la lucha, quienes recorrían el campo para
llevarlos al hospital les pedían pronunciar una palabra en que hubiera z: si la
seseaban, los recogían; si no lo hacían, los dejaban. No he podido hallar en
mis lecturas una referencia a este episodio.
3-Carlos Delgado Nieto, Hermógenes Maza (El vengador)
(Bogotá, 1951), p. 67.
4 Agradezco a D. Guillermo Hernández de Alba el habérmela
hecho conocer.
5-El Simposio de Bloomington, pp. 170-171.
6-Juan Francisco Ortiz, Reminiscencias (Bogotá,
1907), p. 72.
7-Lo sacó a luz Roberto Suárez «Vargas Tejada y Miralla»,
El Repertorio Colombiano, XVI (1897), pp. 161-176.
8-Suárez, art. cit., p. 171.
9- Id., ibid., p. 173- Completo la cita con la edición
del Arch. Santander, XI, p. 372, pues Suárez no publica entero el poema de
Vargas Tejada.
10-El Simposio de Bloomington, pp. 171-172.
11-«Provincialismos de fonética en Méjico», Memorias
de la Academia Mejicana, VI (1910), pp. 381-382.
12-Ibid., p. 382. El autor de los Apuntes para la
biografía del Exmo. Sr. D. Lucas Alamán (México, 1854), p. 51, después de
relatar que su biografiado sabía francés, italiano, inglés y alemán, añade que
conocía asimismo las literaturas de es tas lenguas y la de España, «cuyo
idioma hablaba y escribía correctamente, cosa poco común en México». Creo ver
en ese hablaba un testimonio de la pronunciación de la z por Alamán, a que se
refiere Revilla.
13-«Prólogo» del Diccionario provincial casi-razonado
de roces cubanas, 2* ed. (Habana, 1849), p. IV. El pasaje falta en el
brevísimo "Prólogo” de la primera edición (Matanzas, 1836), y se repite
intacto en los prólogos de las ediciones tercera y cuarta (Habana, 1861 y
1875).
14- Pichardo define así la palabra (cito por la 4* ed.
del Dice.)-. «Amanerado en costumbres, hechos o dichos a semejanza del
Guachinango, por sus ocurrencias, zalamerías, o modo de hablar contractivo y
silboso, marcando demasiado el sonido de la j- y nunca la z».
15- Tomás Navarro, Estudios de fonología española
(Syracuse, N. Y., 1946) p. 136.
16- Jorge Mañach, Martí, el apóstol (Madrid,
1933), p. 26. También cuenta Mañach, ibid., p. 53, que en Madrid, en 1871,
Martí frecuentaba a Da. Bar barita Echeverría, viudad cubana del general
Ravenet, «buscando calor de casa y de eses cubanas».
17-Salvador Camacho Roldán, Memorias (Bogotá,
1923), pp. 112-113.
18-Gustavo Arboleda, Historia contemporánea de
Colombia (Bogotá, 1919), II, p. 169.
19-Con correcciones y adiciones de detalle, Cuervo
mantuvo el pasaje hasta la última edición de las Apuntaciones; véase en
Obras (Bogotá, 1954), I, § 464.
20-Cf. Eduardo Neale-Silva, Horizonte humano. Vida de
José Eustasio Rivera (México, 1960), p. 15, n. 1.
21-«Gazapos oficiales», en Tradiciones peruanas
(Madrid, s.a.), V, pp. 424- 425. Recuerda este pasaje Enrique Carrión Ordóñez
en su reseña a D. L. Can- field, La pronunciación del español en América
(Bogotá, 1962), en Sphinx (Lima) III* época, n’ 16 (1967), p. 123.
En espera de mayores precisiones sobre el hecho, me
abstengo de tomar en cuenta las noticias que sobre la conservación de la z en
el Perú andino recogió P. Hz. Ureña, «Observaciones sobre el esp. en Amér.»,
Rev. Filol. Esp., VIII (1921). p. 376; igual actitud he adoptado ante una
posible vida de la distinción j-z en Santo Domingo a que aludió algunas veces
el mismo maestro (art. cit., p. 377, y Bibl. dial. hisp. amer., V, p. 138).
22-Obras (Santiago de Chile, 1886), IV, pp. 20-21 y 91.
23-Ibid., IV, p. 104. En el «Prólogo» de la Memoria,
loe. cit., p. 2, Sarmiento escribe: «Que asista a las Cámaras, donde hablan los
hombres más ilustrados de la República; y si hay alguno que pronuncie z o v,
pregúntele al oído, cuántos años de trabajo le ha costado habituarse a la
monería de imitar la pronunciación española». De esta pasaje parece deducirse
que había diputados o senadores chilenos que pronunciaban la z; corresponde
bien esto a que la pronunciación distinguidora se usaba en el habla elevada,
pero resulta difícil ver en esos parlamentarios a los «jóvenes» de que habla
Sarmiento en el trozo que copio en el texto. Sospecho que debería haber más de
diez o doce distinguidores de s-z en Santiago.
24-Citado por Amalia Sánchez Garrido, Indagación de lo
argentino (Buenos Aires, 1962), p. 76.
25-Citado por Ángel Rosenblat, Las generaciones
argentinas del siglo XIX ante el problema de la lengua (Buenos Aires,
1962), p. 12, n. 7, según, noticia del fallecido G. Moldenhauer.
26-«Literatura nacional», publ. por Félix Weinberg en el
Bol. de Literatura Argentina (Córdoba), I (1964), p. 48.
27-En 1822, desde La Habana, Miralla regaló treinta y
siete volúmenes de clásicos Bodoni a la Biblioteca Nacional de Buenos Aires,
como expresión de su agradecimiento a «la gran ciudad donde recibí la
instrucción que pudieron proporcionarme mis alcances»; cf. El Argos de
Buenos Aires, t. I, n9 99, 28 de diciembre de 1822, p. 4.
28-Obras, IV, pp. 20-21.
29-«Los siete platos de arroz con leche», en Entrenos (Buenos
Aires, 1963), pp. 96-97. Cita también este pasaje Rosenblat, Las generaciones
argentinas..., p. 34. Piensa Rosenblat que Mansilla exageraba; por mi parte,
así por los casos hispanoamericanos de distinción s-z y b-v que recojo en este
artículo como por el carácter de discusión lingüística que Rosas imprimió a la
conversación, no veo motivo para no considerar exacto el testimonio de
Mansilla. Además, son bien conocidas las preocupaciones de Rosas sobre el
lenguaje, como no deja de señalar el mismo Rosenblat.
30-Teniendo en cuenta que quienes distinguían s-z también
lo hacían con b-r, me atrevo a sospechar, por un razonamiento inverso, que el
testimonio de que un americano pronunciaba la v indica, implícitamente, que
hacía lo mismo con la z. De ser acertado mi razonamiento, tendríamos la
constancia de que nada menos que Bolívar distinguía s-z pues un curioso pasaje
nos prueba que para él b y v eran dos sonidos distintos. L. Perú DE Lacroix.
Diario de Bucaramanga (París, 1912), p. 142, narra que, durante una comida, en
cierto momento Bolívar "pasó a comparar los nombres de Bolivia y Colombia,
y sostuvo que aunque el último es muy sonoro y muy armonioso, lo es mucho más
el primero. .. «Bo, dijo, suena mejor que Co; li es más dulce que lom, y ida
más armonioso que bia». Del comentario que se podría hacer a este interesante
trozo sólo quiero destacar ahora que para Bolívar ida y bia sonaban distinto,
esto es, eran «pares mínimos», como diría un estructuralista.
31-Ricardo Rojas, El profeta de la pampa. Vida de
Sarmiento (Buenos Aires, 1945), p. 33.
A los casos de pervivencia de la z en la Argentina hay
que añadir su uso en la palabra corazón, que Ángel Rosenblat, «Dos
observaciones de Sarmiento sobre el seseo», Rer. Filol. Hisp., II (1940), pp.
52-54, halló en un viejo criollo de la provincia de San Luis. Como explica
Rosenblat, se trata de una pronunciación relacionada con el uso de la palabra
en el lenguaje de la vida afectiva o amorosa, y en cantos del mismo tema. Que
se trata de una pronunciación tradicional (cuyana, chilena, o ambas a la vez)
lo muestra el mismo Rosenblat al recordar que Sarmiento en su Memoria (Obras,
IV, p. 2) ya se había referido a que en los salones santiaguinos las señoritas «por
monada pronuncian la z» en la palabra corazón. Yo no descartaría totalmente la
posibilidad de que, además, estuviéramos frente a una de las últimas
manifestaciones del «cecear por gracia» documentado en el español de Ta baja
Edad Media y del Siglo de Oro por Amado Alonso, De la pron. med. a la moderna
en esp. (Madrid, 1969), II, pp. 128-132.
32- «Hay que confesar que no llegaron a veinte los
pastusos verdaderamente partidarios de la independencia», escribe Sergio Elias
Ortiz, Chrónicas de la Cib- dad de San Joan de Pasto (Pasto, 1948), p. 166.
33-«El sur de Colombia», en Páginas desconocidas (Habana,
[1936]), I, p. 426. La devoción a Fernando VII era típica de los realistas
americanos. El cura Castro, que había educado a la madre de Sarmiento, tuvo que
ser desterrado de San Juan por haber tomado activo partido contra Ta
independencia y, en la miseria, «murió besando alternativamente el crucifijo y
el retrato de Fernando VII» (Recuerdos de provincia, en Obras, III, p. 128).
34 Jorge Basadre, «El regenerador». Mercurio Peruano, XIV
(1924), p. 215.
35 Id., ibid., p. 123.
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