Comentario sobre el derribo de estatuas en EUA y otros países occidentales, en el contexto del movimiento antirracista estadounidense.
Todo indica que este 2020 será uno de esos años llamados a marcar el curso de la humanidad. La pandemia global ha situado frente a nuestras narices desafíos a los que, desde el hedonismo y el egoísmo que nos asiste como especie, preferíamos voltearles la cara.
Todo indica que este 2020 será uno de esos años llamados a marcar el curso de la humanidad. La pandemia global ha situado frente a nuestras narices desafíos a los que, desde el hedonismo y el egoísmo que nos asiste como especie, preferíamos voltearles la cara.
La revuelta de las estatuas ha sido una de las expresiones
de ese movimiento contra el racismo desatado en EUA. La destrucción o vandalización
parcial de monumentos ha generado enorme polémica, en especial después de cruzar
las fronteras estadounidenses, hasta instalarse en Canadá y en algunas naciones
europeas, antaño potencias coloniales.
En ciertos casos no tengo dudas de que la reivindicación por
la memoria histórica de las víctimas del esclavismo, el colonialismo y la
segregación racial, ha resultado contraproducente con los métodos usados por sus
vindicadores. Los mismos protagonistas del BLM, esos que han derribado
esculturas de esclavistas e ideólogos del racismo, han sido acusados de mancillar
otros monumentos que, sin comerla ni beberla, están dedicados a personalidades,
difícilmente asociables con la causa que se les imputa.
Enseguida la acción fue achacada a los manifestantes del BLM,
quienes, si materializaron tal ofensa realmente, dejaron evidenciada además de un
comportamiento anárquico y caótico, una incultura que carcome cualquier
basamento racional que aspiren a otorgarle a sus demandas.
No obstante, yo todavía me pregunto cómo tanta ignorancia
puede caber en un ciudadano de nuestro tiempo, cuando la sabiduría puede conquistarse
tan solo a golpe de teclado. Al mismo tiempo, aún cuestiono si en realidad aquella
palabra «bastardo» y los símbolos fascistas de color rojo sangre, sobre la
estatua del escritor más grande de la lengua española, pudieron ser las acciones
de gente que clama por una causa justa. ¿Quién puede asegurar que tal acto vandálico
no estuvo protagonizado por los opositores ideológicos del BLM, con el
fin de inculparlo y desacreditarlo, en medio de una sociedad norteamericana
extremadamente polarizada bajo la administración Trump?
Sin embargo, más allá de qué monumentos deben ser
derribados y cuáles no, la marea de las estatuas contiene un debate mucho más
rico y profundo que ha generado controversias durante meses en las redes sociales.
¿Destruir obeliscos puede solucionar el problema y enmendar las heridas del pasado?
«La historia no puede reescribirse». Tal falacia fue
repetida constantemente por los medios en múltiples lugares. Se pretende hacer
creer que la historia es esa ventana diáfana a la que cualquiera se asoma para
contemplar el pasado en estado puro. Sin embargo, bien es sabido que la
historia ha sido reescrita muchas veces, casi siempre a conveniencia de los
poderosos y vencedores. Bien lo dice ese proverbio africano, popularizado por el escritor uruguayo Eduardo Galeano, frase sencilla que al parecer muchos han olvidado en estos días: «Hasta que
los leones tengan sus propios historiadores, las historias de cacería seguirán
glorificando al cazador».
El pasado no se puede cambiar, pero la historia sí. ¿No
mandó Stalin en tiempos que no existía Photoshop a eliminar a su rival
Trosky de las fotos oficiales, donde ambos bolcheviques aparecían juntos? La
historia no es el pasado en sí, sino el relato sobre ese pasado, relato que,
además de los vericuetos propios de la reconstrucción material de todo hecho
pretérito, está mediado por los procesos subjetivos que rigen nuestro raciocinio
y donde la objetividad es una aspiración, más que una garantía.
En otras palabras: quienes escriben la historia deben apoyarse
en una ética que les permita aportar objetividad a la reconstrucción del pasado,
pero esta labor nunca estará exenta de interferencias subjetivas, entre las
cuales destaca el componente ideológico inevitable casi siempre que se aborda
un objeto de estudio de las ciencias sociales y las humanidades.
Ahora bien, ¿derribando estatuas se puede reescribir el pasado?
En casi todas las sociedades los monumentos públicos a personalidades de otras épocas tienen la función de glorificar para la posteridad las memorias sobre dichos hombres y
mujeres. Tales estatuas cuentan con un componente patrimonial y otro, casi
siempre el más importante, simbólico, desde la hora en punto en que las figuras
de bronce o mármol son mostradas a las generaciones actuales como paradigmas.
Imaginad que en Alemania se conservara en un espacio
público alguna estatua de Hitler, erigida durante el Tercer Reich, con el
argumento de que esta posee valores estéticos dignos de preservar. En tal caso,
prevalecería el componente patrimonial, pero ¿qué mensaje se estaría dando a
las generaciones actuales con semejante monumento? Sería impensable en suelo
alemán, pero en muchos otros países se conservan monumentos de tiranos y
dictadores, aunque estos se encuentren en contradicción con el sistema de
valores predominante en tales sociedades.
Si no se quiere destruir la estatua o trasladarla a un
lugar menos relevante, por lo menos dicho monumento debe ser sometido a un
reajuste que permita equilibrar su mensaje simbólico con el sistema de valores
con el que ha entrado en contradicción. La opción más fácil y económica resulta
evidente cuando muchos gobiernos locales deciden acompañar las esculturas con placas
conmemorativas o vallas expositivas, lo suficientemente amplias, visibles y explícitas, como para proveer
la información necesaria sobre las luces, pero también las sombras, de la figura
histórica modelada sobre la piedra o el metal.
Esta solución cumple una función educativa muy importante que,
al mismo tiempo, ofrece la oportunidad de marcar distancia entre las posturas
contemporáneas y las faltas que opacan la trayectoria de la persona inspiradora
del monumento, desde nuestra perspectiva actual. Ello puede además
complementarse con las posibilidades que ofrecen en nuestros días los formatos
virtuales, como medio de orientación en sitios históricos y museos.
Otra alternativa sería resemantizar el monumento, desde el
punto de vista urbanístico y escultórico, dotando al proyecto original de otros
componentes, capaces de contrarrestar la función glorificadora para la que fue
concebido originalmente. Esta idea pretende mantener la escultura original en aspecto
y locación, pero rodearla de motivos añadidos, como por ejemplo otras esculturas, que, no solo aporten información
sobre las faltas de la figura histórica, sino que, mediante la función
persuasiva del arte, puedan restar majestuosidad a la estatua que acompañan.
Por supuesto, dicha solución por lo general cuesta más, exige de un mayor nivel de creatividad, puede desencadenar conflictos con la propiedad intelectual, asume el reto de la integración al entorno y suele generar las mismas controversias como cuando se opta por derribar una escultura o se cambia de lugar. Por ello, está claro que las decisiones a tomar, con respecto a monumentos polémicos deben estar sujetas a debate ciudadano o a la consulta de expertos, como ha hecho Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, con respecto al destino de la estatua de Colón en la Ciudad Condal, controversia experimentada también por otros conjuntos monumentales dedicados al descubridor de América en varios sitios del planeta.
Por supuesto, dicha solución por lo general cuesta más, exige de un mayor nivel de creatividad, puede desencadenar conflictos con la propiedad intelectual, asume el reto de la integración al entorno y suele generar las mismas controversias como cuando se opta por derribar una escultura o se cambia de lugar. Por ello, está claro que las decisiones a tomar, con respecto a monumentos polémicos deben estar sujetas a debate ciudadano o a la consulta de expertos, como ha hecho Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, con respecto al destino de la estatua de Colón en la Ciudad Condal, controversia experimentada también por otros conjuntos monumentales dedicados al descubridor de América en varios sitios del planeta.
Enseñar el pasado desde una postura crítica significa entender
el contexto que les tocó vivir a los inspiradores de esculturas, pero sin
justificar sus faltas, sino más bien, valorándolas desde una perspectiva
crítica, para que las nuevas generaciones tengan un marco axiológico en el que
mirarse, cuando se sientan en cualquier espacio público de nuestras ciudades.
Repetimos: contextualizar y someter a juicio crítico, desde la perspectiva
presente.
No se hace nada con mover estatuas, si la historia ha sido
escrita o reescrita sobre líneas torcidas y sirve desde las aulas para
legitimar causas poco nobles, de cara a los derechos humanos, la igualdad soberana
de los pueblos, el respeto de las minorías, así como otras conquistas sociales
y políticas alcanzadas por nuestra especie
Desde el anterior punto de vista, la marea de las estatuas,
a pesar de los radicalismos que se le achacan, es un síntoma halagüeño del
despertar de la conciencia cívica contra los sistemas de valores imperantes durante
siglos en sociedades colonialistas y esclavistas. Resulta destacable el hecho
de que muchos de los participantes sean jóvenes, algo positivo en un mundo necesitado
de gente que mire más allá de su ombligo, su bolsillo o el smartphone.
*Aquí me refiero a reyes con vergüenza en la cara, no a hijos de gorrinos ladrones y puteros.
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