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📻 ♫🎶𝅘𝅥𝅯 Pentagramas del mundo hispano: cuando Massiel conquistó Europa

Massiel en la edición XIII del Festival Eurovisión. 
Así fue la primera vez que España ganó en Eurovisión, una victoria con repercusiones más allá del pentagrama. 

Ya los Eurovisión no son lo de antes, se escucha con frecuencia en el bar, en la fila del Mercadona, en el parque del pueblo. ¿Pasan olímpicamente los españoles del festival de la canción con más tradición en Europa, en la actualidad con una audiencia estimada en alrededor de 600 millones de espectadores a nivel internacional y con un récord Guinness como la competición musical televisiva más antigua del mundo?
Lo cierto es que, aunque muchos siguen esperando cada año este espectáculo que se transmite en diferentes continentes, en España muchos no lo disfrutan con el mismo entusiasmo. Tal vez porque ha perdido el encanto y la novedad de los primeros años. Tal vez porque en estos tiempos de hiperconexión hay muchas más opciones. Tal vez porque varios de los representantes españoles de las últimas ediciones han sido muy cuestionados por el propio público nacional, un poco cansado de postergar otro triunfo que desde hace ya décadas no toca a la puerta del país ibérico.

Por lo menos desgano sí que se nota entre los españoles. Mucho más si se compara con el entusiasmo que Eurovisión causa en otras naciones del continente. Algunos dicen que los países del Este, los que se sumaron al concurso después de la caída del Telón de Acero, han raptado el festival. Vamos, que lo han hecho suyo. Y esto no lo pongo en duda porque he podido compartir en aquellos lares el sentimiento que genera este programa organizado desde 1956 por la Unión Europea de Radiodifusión.
Los estonios todavía recuerdan con orgullo, cuando el complejo Saku Surhall de Tallin vistió sus mejores galas en 2002 para recibir a los concursantes de 24 naciones, entre ellos, nuestra Rosa, la de Operación Triunfo, que no alcanzó el anhelado trofeo, pero sí puso a bailar a todos los rubios al compás de su Europe's living a celebration. Con la misma alegría se vive el festival en todos los países excomunistas cuando conquistan la sede del encuentro. A muchos les devuelve la autoestima perdida durante décadas de aislamiento. Los hace sentir como el hijo pródigo que retorna a la gran familia de la cultura europea. 

Sin embargo, esa euforia, esa sensación de dignidad recobrada que siembra la competición a su paso no es totalmente desconocida en España. Por ahí encontraremos abuelicas que recuerdan cuando al país ibérico le tocó ser novato. Lo pueden contar también los padres que llevaron melenas y las madres con pantalones acampanados que se movieron al compás de la primera canción española ganadora en Eurovisión. Aquel tema, el ya legendario La, la, la de la Massiel, así como los acontecimientos que lo rodean evidencian que el mayor concurso musical europeo trasciende desde hace décadas los límites del arte, para instalarse no  solo en la vida política del continente, sino también en el imaginario colectivo de su gente.
Todo en la vida es como una canción
La historia que rodea la canción interpretada por Massiel en abril de 1968 puede construirse a partir de la sumatoria de casualidades y acontecimientos extraños, en buena medida salpicados por la sombra de la época tanto en España, como en el contexto internacional. Eran tiempos en que no todo el mundo movía el cuerpo con el mismo ritmo. En Praga los tanques soviéticos silenciaban los trinos de su Primavera y pocas semanas después de la presentación de la cantante española en Eurovisión, Francia se estremecería con otros sonidos: los coros de las protestas estudiantiles en La Sorbona engendraban un Mayo que transformó al mundo definitivamente.
Por su parte, en España se seguían oyendo viejos himnos, aunque esos discos comenzaban a sonar como de otras épocas. A pesar de ello, el conservadurismo y la censura continuaban siendo los máximos directores de aquella orquesta que bajo la batuta del Caudillo habían convertido a España en una de las naciones más atrasadas de Europa Occidental.
Sin embargo, ya se comenzaban a colar alguna que otra melodía de cambio. Desde la década del 50 el franquismo debió emprender una política aperturista, dirigida a potenciar el desarrollo de ciertos sectores económicos y a contrarrestar el aislamiento internacional en el que había permanecido el régimen por sus vínculos con el fascismo.
Sin embargo, los españoles estaban todavía un poco lejos de cantar  odas de libertad y democracia. Ello, indirectamente influyó en uno de los acontecimientos decisivos que marcó el destino de la Massiel y su tema en Eurovisión, si tomamos en cuenta que no fue la joven artista la seleccionada originalmente para interpretar la canción y representar a España en el festival.
La voz de otro grande había sido la elegida: Joan Manuel Serrat. No obstante, este virtuoso anunció días antes de la competición su voluntad de cantar parte del tema en catalán. Aquello resultaba simplemente inconcebible en una España que durante los años del franquismo se había esforzado por borrar cualquier atisbo de su riqueza multicultural, hasta el punto de que las lenguas vernáculas de las diferentes regiones del país fueron prácticamente desterradas del ámbito público y hasta los topónimos fueron castellanizados, como parte de la intolerante política lingüística.

En aquel contexto un chaval de apellido Serrat, galán para las mozas de entonces y corazón justiciero para una generación que no cabía en los moldes del nacionalcatolicismo, se presentaba tan pancho, con semejante pretensión. Por supuesto que enseguida chocó con la negativa de Televisión Española, artillería ideológica del franquismo, y entidad encargada de elegir al representante hispano al festival.
La explicación más extendida, nunca negada por Serrat, plantea que el cantante se aferraba a la versión catalana para llamar la atención sobre la terrible situación de las lenguas minoritarias en España. Lo cierto es que tras no ponerse de acuerdo con los coordinares españoles del concurso, el músico barcelonés tiró la toalla.
La la la perdía así una voz masculina y el franquismo incubaba un futuro opositor, en una figura de creciente prestigio internacional que años más tardes condenaría abiertamente al régimen desde México, al tiempo que abrazaba el exilio.
Andando por la vida aprendí esta canción
La sustituta de Serrat fue otra joven estrella de la misma casa disquera. Su nombre original María de los Ángeles Félix Santamaría Espinosa, una madrileña hija de padres asturianos que trascendería simplemente como Massiel. Dicen que fue sorprendida, mientras se encontraba de gira por México, con la noticia de que sería ella quien representaría a España en el festival más importante de la canción europea.
Regresó a Madrid inmediatamente, con solo 9 días para aprenderse el tema y ensayarlo. Cuentan que el gobierno de Franco ante la actitud decidida de la joven cantante le ofreció como condecoración el Lazo de Isabel la Católica pero la Massiel lo rechazó, lo cual, según confiesa la propia solista, le costó un año de censura en Televisión Española.
Mas no importaba. Con solo 21 años la cantante reinaría en el Royal Albert Hall de Londres, sede de la edición del festival en 1968. Fue justo allí, durante los ensayos, donde ocurre otro acontecimiento curioso que probablemente influyó en la popularidad de la canción que daría el triunfo a España. Según, Rafael Ibarbia, maestro de orquesta de la presentación, uno de los encargados de la producción audiovisual del concurso le presionó para que agilizara el ritmo de La la la, pasando así de la versión un poco melosa y sosa de Joan Manuel, al pegadizo y muy español estilo que le aportó la Massiel.
El tema había sido compuesto por Ramón Arcusa y Manuel de la Calva, populares integrantes del Dúo Dinámico que para esa época contaban con varios discos y hasta con cuatro películas. Aunque a día de hoy muchos consideren trivial la canción no debemos olvidar que eran los tiempos de la irrupción de la música pop, género que se avenía con el espíritu de la juventud de la época, harta en todos lados de adoctrinamientos, guerras y amenazas nucleares, en el contexto de la Guerra Fría.


Los jóvenes querían vivir y hacerlo sin restricciones ni complicaciones. La música exitosa debía por tanto responder a esa demanda. Desde ese punto vista resultaba loable que España lanzara un tema con aires modernos que conquistara las preferencias de los públicos en sociedades mucho más abiertas por entonces. Tomemos en cuenta que La la la  permaneció por semanas en las listas de éxitos de naciones europeas como Suiza, la RFA, Austria, Holanda y Noruega.
Por supuesto, que los españoles después de aquello volverían a sentirse un poco más europeos. Comenzaron a dejar atrás complejos engendrados durante generaciones, al calor del atraso y el ostracismo del régimen franquista. España, el país que nunca ganaba nada, la nación que pocas veces servía como referencia positiva a sus vecinos de Europa, lograba poner a bailar a los jóvenes de casi todo el continente.
Hoy cuando se observa con curiosidad la acogida de Eurovisión en los países del Este no olvidemos que antes que ellos el festival de la canción también encontró su nido de esperanzas en la sonoridad y en el sentido del ritmo que identifican en todas partes al espíritu ibérico.

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