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La lengua de lo mortal y lo divino

El emperador Carlos I de España y V de Alemania, expresó que utilizaba el idioma italiano para hablar con las doncellas, el francés para dirigirse a sus congéneres masculinos y el castellano para encomendar sus plegarias a Dios.
Sin embargo, mucho camino ha recorrido el español desde que dicho monarca reinara sobre medio mundo, en aquellos tiempos en que la evangelización y la colonización lingüística de América todavía daban sus primeros pasos.
Así pues, los dulces ecos de la lengua de Cervantes pueden ser escuchados hoy en lo más profundo de la selva amazónica y al mismo tiempo, retumban en influyentes medios masivos como CNN. Incluso, hacia lo más remoto del espacio sideral viaja «El cascabel», una canción folclórica mexicana incluida en la colección de música del mundo enviada al cosmos por Estados Unidos en las sondas Voyager en 1977. Por tanto, ¿quién sabe si el idioma de las plegarias de Carlos V algún día llegue a convertirse en el soporte favorito para estribillos y danzas en determinada civilización extraterrestre conquistada por el cadencioso acento mexicano y el ritmo de mariachis?
Acerca del futuro interestelar del español posiblemente ni los más reconocidos especialistas de la NASA puedan hacer predicciones. Sin embargo, lo que sí puede afirmarse sin lugar a dudas es que esta lengua con alrededor de 559 millones de hablantes, según el último informe anual del Instituto Cervantes, tiene los pies bien plantados sobre la tierra, especialmente si tomamos en cuenta su crecimiento en Estados Unidos como primera potencia mundial.
Por consiguiente, cuando hablamos en la actualidad del castellano como lengua global nos referimos a una realidad consumada. Debido a ello, resulta imprescindible despejar una serie de mitos que acompañan en los años iniciales a los universitarios que estudian español como lengua extranjera. Una de las falsas creencias presentes en esta clase de aprendices está relacionada con la supuesta superioridad o legitimidad del español ibérico por encima del hablado en Hispanoamérica. Con el fin de erradicar esta problemática consideramos de gran valor enfocar la enseñanza de ELE, tomando en cuenta el carácter pluricéntrico del idioma que nos ocupa, tema al que dedicaremos las siguientes líneas.
Primeramente, conviene destacar que los tópicos sobre la falta de legitimidad del castellano de América frente al peninsular, no solo se manifiestan en estudiantes con perfiles distantes al filológico, sino incluso en algunos de aquellos que se forman como especialistas en lingüística, traducción, literatura o ramas similares. Sus creencias constituyen el resultado de la influencia del conocimiento común, o sea, no validado científicamente, lo que escuchan en la calle o leen en las redes sociales porque cuando se trata de hablar de la lengua que nos une, casi todos, seamos expertos o no, tenemos algo que decir, porque cada uno de nosotros la siente como algo propio, lo que en cierta medida resulta cierto, según argumentaremos más adelante.
En no pocas ocasiones los aprendices de español entran por primera vez al aula con escasas nociones sobre las sociedades hispanoamericanas y por tanto, sobre las variedades dialectales de esa parte del mundo. En cambio, especialmente en Europa, Medio Oriente y el Norte de África, sus referencias sobre España por cercanía geográfica o cultural resultan más abundantes. Todo ello, unido a la asociación de la idea de autenticidad con el origen de la lengua, conduce a crear opiniones erradas al estilo de: en América se hablan dialectos deficientes muy distintos al castellano «puro» de la Península Ibérica.
Bien es sabido que esta disyuntiva entre las variedades del español en ambos lados del Atlántico no se sostiene a día de hoy en el mundo académico. Al contrario, resulta ridículo que alguien entendido en la materia se centre en tan estéril polémica, dado que, en primer lugar, a la luz de la lingüística actual se reconoce a la totalidad de los hablantes de cualquier lengua, es decir, a quienes la mantienen viva mediante el uso en el día a día, como sus propietarios verdaderos.
En otras palabras, las lenguas pertenecen a las personas a las que sirven como vehículo de comunicación y no a ningún país, gobierno o institución en específico. Por consiguiente, el castellano es patrimonio tanto del más distinguido residente de La Moraleja madrileña, como del bolerista caribeño que ofrece su talento al mundo y también del campesino que pastorea sus llamas sobre el lomo majestuoso de Los Andes.
Por otro lado, esta misma concepción de la lengua asumida como si fuera un organismo vivo que se adapta a las necesidades comunicativas de sus hablantes, evoluciona y rejuvenece con el uso cotidiano, también nos sirve para rechazar el tópico de la legitimidad del español ibérico por razones de origen, por encima del americano. Como puede explicársele de la forma más sencilla a los aprendices de ELE, en ningún sitio del mundo se habla actualmente el castellano primigenio de doncellas medievales y caballeros andantes. ¡Qué estrecha nos quedaría la armadura si en pleno siglo XXI saliéramos al bregar cotidiano con igual vocabulario y gramática que los de Mío Cid!
Para que los hispanohablantes pudiéramos explicar nuestro tiempo y nuestro mundo, el español evolucionó, en buena medida gracias al legado americano que vibra, de acuerdo con la última revisión del Diccionario de la RAE, en 19 000 palabras, muchas de las cuales fueron incorporadas a la lengua de Cervantes desde la misma época del descubrimiento del continente donde nacerían García Márquez, Neruda, Rubén Darío y José Martí. Por consiguiente, el castellano pertenece a América tanto como La Patagonia argentina o la playa de Cancún en México.
A todo lo expuesto hasta aquí alguien podría oponer que, más allá del uso comunicativo que hacen los hablantes, las lenguas responden también a normalizaciones lingüísticas que por intereses sociohistóricos y políticos otorgan mayor prestigio a determinados dialectos. No obstante, llegados a este punto valdría explicar sin muchos tecnicismos a los aprendices de ELE que el español, como toda lengua pluricéntrica, no cuenta con una única norma de prestigio. Como el castellano hablado en el centro-norte peninsular de España también en América existen variantes con equivalente grado de reconocimiento.
¿Alguien entendido en la materia podría sostener hoy día que el inglés de Buckingham es superior al usado por la cadena televisiva estadounidense ABC? En el mundo hispano semejante comparación también caería por su propio peso si de las normas de ambas orillas del Atlántico se habla.
Las variedades estandarizadas de América se encuentran avaladas, no solo por el significativo número de hablantes de cada región, sino además por una tradición de más de tres siglos de creación literaria, con reconocimientos universales entre los que se encuentran varios premios Nobel. Además, las normas de prestigio americanas cuentan con una amplia difusión a través del uso que hacen de ellas distinguidas personalidades de todos los ámbitos sociales: políticos, catedráticos, científicos, artistas…También resulta significativa la labor promocional de sistemas educativos, empresas editoriales, medios de comunicación, instituciones culturales…
Otro punto a destacar radica en que las normas de mayor prestigio de América se encuentran reguladas a través de las 23 academias de la lengua española que existen en cada una de las naciones que comparten el idioma de Cervantes. Dichas instituciones, junto con la RAE, desarrollan una importante labor en la promoción del castellano, la publicación de textos y la protección de la unidad lingüística que caracteriza al mundo hispano, siempre dentro de la diversidad.
En conclusión, las variedades de prestigio hispanoamericanas representan un instrumento de comunicación auténtico, lo mismo para las más cotidianas y triviales necesidades humanas, como para las más excelsas expresiones del espíritu. La idea central de todo lo defendido hasta aquí es que el español de América, tanto por su extensión, como por su alcance histórico-cultural, como por su madurez normativa, resulta perfectamente legítimo para ser enseñado y aprendido en el aula de ELE, sin menosprecios ni estereotipos. Por suerte, así lo avalan en nuestros días los principios generales del Instituto Cervantes, los planes de estudio de otras importantes instituciones a nivel mundial, la labor de las más reconocidas casas editoriales, incluso en España, y por si todo ello fuera poco, la creación del Servicio Internacional de Evaluación de la Lengua Española, un examen que toma en cuenta diferentes variedades lingüísticas del castellano.
Todas las cuestiones aquí abordadas, consensuadas en mayor o menor medida desde hace mucho tiempo en el mundo de catedráticos e investigadores, también deben ser aclaradas a los alumnos que llegan por primera vez a las aulas con la pretensión de salir hablando el castellano castizo que en su época recitaban Quevedo o Góngora, cuando la importancia mundial de un idioma como el que nos ocupa radica en gran medida en su extensión y diversidad. Por tanto, no debemos pasar por alto que, sin América, el español sería otra pequeña lengua europea, como expresara el escritor, historiador y ensayista Christopher Domínguez.
Miguel Ángel Valdés Lizano.

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