Evidencia de lo anterior es el documental realizado por encargo
de la internacionalmente conocida compañía tecnológica Apple, bajo la dirección
de la fotógrafa brasileña Luisa Dörr, así como del norteamericano Michael James
Jhonson. El audiovisual titulado «Las cholitas
voladoras», presenta a mujeres de clases humildes en Bolivia que desde el año
2000 han conquistado la atención mundial, al incursionar con sus típicos trajes
en una práctica tan singular como la lucha libre.
Como puede apreciarse en la entrevista del material, el combate escenificado que las ha hecho famosas a nivel global no constituye
solo un medio para buscarse la vida o una forma de generar entretenimiento,
sino que además ha resultado una manera para darle visibilidad a las féminas de las clases bajas, en una sociedad
en extremo patriarcal y conservadora como la boliviana, donde ser mujer, con sangre indígena en las venas, tradicionalmente constituyó fuente de discriminación.
Esta forma de empoderamiento mediante el espectáculo de la lucha libre, sin
renunciar a las típicas prendas que las han identificado socialmente, también
resulta perceptible en la exposición homónima «Las cholitas voladoras»,
un conjunto de fotografías de Todd Antony, quien con dinámico sentido de la
composición nos regala impresionantes imágenes con marcada vocación etnográfica, en las que aparencen estas chicas bolivianas alternando la elegancia de sus trajes folclóricos,
con el rigor de su deporte. Ellas disfrutan así su pasión por el ring, a pesar de que incluso muchas veces han llegado a las peleas simuladas sin tener otra alternativa y no cuentan tan siquiera con pólizas de seguro, en la mayoría de los casos.
Mujeres suspendidas en el aire como si quisieran desafiar
la gravedad, mientras sus indumentarias permanecen inamovibles: sombrero,
blusa, pollera, manta... Las fotografías nos recuerdan que lo atractivo del
enfrentamiento cuerpo a cuerpo entre cholitas, no solo radica en que esté protagonizado
por féminas, sino en que estas tienen la enorme capacidad de legitimar su
legado cultural desde el cuadrilátero, un espacio principalmente reservado para
hombres incluso hoy, en pleno siglo XXI.
Las edificaciones de este estilo se caracterizan por intentar integrar elementos funcionales y decorativos propios de los pueblos de Bolivia. Entre sus rasgos característicos, la saturación de colores en fachadas e interiores, como un postmoderno kitsch que desafía las corrientes arquitectónicas europeas, ciertamente nos recuerda lo profuso de la decoración en los festivos trajes típicos de las mujeres de la Bolivia aimara y quechua.
Tradicionalmente se ha conocido como cholitas a las
descendientes indígenas o mestizas bolivianas, fieles al vestuario típico reservado
para las mujeres de su estrato social, en los tiempos de la colonización española,
en esa región de América del Sur.
Durante el período colonial existió un sistema de castas
en lo que es hoy Bolivia, así como en otras áreas de la América hispana.
Mediante esa forma de estratificación, con el fin de dominar y controlar a los
pueblos originarios, se prohibió que los indígenas vistieran a la usanza de sus
ancestros. En cambio, se estableció una vestimenta para cada etnia y región, con
el fin de distinguir y separar a unos grupos humanos de otros.
Con muchas variaciones, de aquí proviene la esencia del
vestuario actual de las cholitas, término originado en el siglo XVIII. Las mujeres
quechuas y aimaras bajo el régimen colonial fueron forzadas a vestir muchas de
las prendas que las identifican hasta nuestros días, en especial si ejercían
como sirvientas en casas de las adineradas familias españolas y criollas en ciudades
como La Paz, Cochabamba y Santa Cruz.
Sin embargo, con el tiempo ocurrió una apropiación
cultural de esas prendas establecidas inicialmente por el colonialismo. Hoy dicho
vestuario representa para cada mujer que lo porta, una forma de destacar sus raíces
y compartir públicamente el orgullo por tales orígenes. De igual forma, el
término cholita, tradicionalmente con marcado carácter peyorativo, ha
evolucionado y son cada vez más las mujeres bolivianas que lo reclaman para sí,
a la hora de definir sus identidades, así como para reivindicar su pertenencia
al legado cultural que el término representa.
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