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Tras los pasos de Rodríguez de la Fuente

 
Esta es una reseña sobre la vida y obra del ecologista y comunicador Félix Rodríguez de la Fuente, un hombre que revolucionó la forma en que se divulgaba la ciencia en los medios masivos de España e Hispanoamérica.
 
Dicen los supersticiosos que la muerte nunca debe recibir halagos. En franco desafío a tal creencia, una mañana de 1980, profundamente sobrecogido por el paisaje del círculo polar ártico, el comunicador español Félix Rodríguez de la Fuente, frente a su equipo de realización televisiva, no pudo dejar de proferir aquellas palabras malditas: «este es un hermoso lugar para morir». Con tal frase, sin sospecharlo, abría la puerta de su destino a la Parca, la que jamás rechaza semejantes invitaciones.
Pocos minutos después del despegue y por razones aún no esclarecidas, la avioneta que trasladaba a Rodríguez de la Fuente y a su colectivo se estrelló. El popular naturalista español se encontraba en las indómitas regiones de Alaska, para la filmación de su popular serie «El hombre y la Tierra», de TVE. Pretendía grabar una carrera de trineos tirados por perros, la más famosa de su tipo a nivel internacional. No cumpliría el objetivo que lo había impulsado hasta los dominios del hielo y la ventisca. Todos a bordo de la nave perdieron la vida en el siniestro.
Lo místico del desastre se torna abrumador, cuando tomamos en cuenta que Félix se marchó de este mundo, justo el día de su cumpleaños 52. Al parecer, los 14 de marzo son fechas atractivas para el destino porque unen al naturalista español, con otras efemérides de grandes, en tanto Albert Einstein nació tal día, pero de 1789, mientras Karl Marx pasaba a mejor vida en la misma fecha, pero de 1883.
Con el lamentable incidente de la Fuente, el hombre que revolucionó la divulgación científica en los medios masivos de España e Hispanoamérica, no hizo más que comenzar su último y eterno viaje: el que lo conduciría hacia la inmortalidad. Las tragedias casi siempre gustan de llegar escoltadas por las coincidencias, así la de Félix quiso que este nos dejara justo el día de su cumpleaños 52 y a unos cuantos kilómetros de Klondike, sitio que el naturalista adoraba, según cuentan, desde que leyera en su adolescencia los relatos de Jack London inspirados en tan inhóspitos parajes.
Naturaleza en primer plano
Nacido en un pequeño pueblo de la provincia de Burgos, cuentan que el contacto de Félix con la naturaleza comenzó desde la misma infancia. Estudió medicina y desde muy joven se interesó por la cetrería, arte de entrenar aves rapaces para cazar otros animales, práctica desaparecida en España cuando en los años 50, del siglo pasado, Rodríguez de la Fuente, junto con el biólogo José Antonio Valverde, se propusieron rescatarla.
Fue precisamente la cetrería la que abrió las puertas al «amigo de los animales» hacia otra de sus grandes pasiones en la vida: los audiovisuales. En 1961, bajo la dirección del estadounidense Anthony Mann, trabaja en la película El Cid, como asesor de caza con halcones. Obviamente el poder apreciar directamente el proceso de realización de una película con ambientación inspirada en la España medieval debió representar una experiencia muy motivadora.
Sin embargo, la llegada de Félix a la televisión ocurrió casi de forma accidental. Había entrado en los estudios de TVE con un halcón en el puño, para una entrevista de solo tres minutos, en la que explicó cuestiones muy básicas sobre la cetrería. Aquella sencilla intervención, no obstante, le permitió desplegar su sorprendente elocuencia, incentivada desde la niñez por su padre, quien además de haber sido un jurista aficionado a las cuestiones de nuestra lengua, se encargó personalmente de darle la primera educación a su hijo, por tal de no escolarizarlo en tiempos revueltos.
Todavía algunos recuerdan cómo Rodríguez de la Fuente deslumbró a muchos en su primera aparición televisiva, hasta el punto de ser propuesto para miembro de la Real Academia Española, nada menos que por el periodista Joaquín Soler Serrano, quien durante años presentó el programa televisivo «A fondo», con entrevistas a varias de las voces literarias más prestigiosas de España e Hispanoamérica en el siglo XX. Pronto las cartas de televidentes llovieron para que aquel entrenador de aves, con verbo elegante, tuviera un espacio en la única tele existente en España por entonces.
Félix comenzaría así su andadura por la pequeña pantalla. Primero colaboró con una sección habitual de pocos minutos y años después se encargaría de las clases de Zoología en la televisión educativa, donde ante la audiencia infantil ganaría el epíteto que le acompañaría por siempre: «el amigo de los animales».
Más allá de su popularidad por las primeras incursiones en la tele, Rodríguez de la Fuente alcanzaría su madurez creativa con «El hombre y la Tierra», espacio estrenado en 1974 que contó hasta 1981 con un total de 124 episodios, emitidos en tres temporadas: «Serie venezolana», «Serie fauna ibérica» y «Serie americana», esta última, inconclusa por la repentina muerte de su director en el ya referido incidente en Alaska.
Mucho se ha repetido, y no por eso es menos cierto, que este programa tuvo el mérito de haberse emitido en una época en que la conciencia ambiental, tanto en España como en muchos otros sitios del mundo, era prácticamente inexistente. También se ha dicho en numerosas ocasiones que esta colección de documentales contribuyó a sentar pautas en el acercamiento de la audiencia masiva a temas tradicionalmente de interés exclusivo para ciertas élites intelectuales.
No obstante, mucho menos se habla con respecto a las aportaciones de Rodríguez de la Fuente como guionista y realizador, de lo innovador de su serie en un momento en que, si bien la televisión como medio contaba ya con más de dos décadas de existencia, todavía se encontraba en una etapa de maduración tecnológica y artística, obviamente bastante distante de los avances de nuestro tiempo.
Por lo anterior, «El hombre y la Tierra» constituye una serie de referencia incluso en la actualidad, cuando la TV a la carta nos bombardea, desde todas partes con espacios televisivos que repiten frecuentemente los mismos formatos, frente a los cuales, la obra de Félix se nos presenta como pionera y revolucionaria, en cuanto al empleo de los recursos audiovisuales, para captar y exaltar la grandiosidad de la naturaleza y de nuestro planeta.
Félix nos legó programas que, además de ser patrimonios audiovisuales, siguen cumpliendo con uno de los cometidos que les dieron origen: el de documentar, desde una perspectiva cercana al quehacer investigativo, el estado de diferentes ecosistemas en el momento de ser grabados. Por ello, no me extrañaría que debido a los dramáticos cambios que experimenta el medioambiente en nuestros días, en algún momento la ciencia necesite desempolvar el legado de Rodríguez de la Fuente, en busca de referencias sobre el pasado.  
En particular, «Serie fauna ibérica» constituye un registro valiosísimo de esa España que solo logró descubrirse y mostrarse a sí misma en la era de la televisión. La calidad audiovisual de los 92 documentales incluidos en la temporada resulta exquisita porque dice mucho de la dedicación del equipo de realización, en su propósito de entregar al público un material que no puede ser otra cosa que fruto de la profunda devoción de Félix por esa naturaleza que lo sedujera desde su niñez.
Los animales y parajes atrapados en imagen y sonido ponen de relieve habilidades propias de quien ha crecido como chico de pueblo, con aventuras lúdicas cotidianas, en contacto directo con lo natural. Quien pretenda filmar en toda su dimensión lo imprevisible de la vida salvaje tendrá que contar con la paciencia y la pericia como aliadas. Dichas cualidades palpitan en los programas de Félix, los que además logran coronar el resultado del rodaje con una magnífica edición, así como con una estructuración dramática y retórica que pusieron de manifiesto otra vez las dotes de orador que acompañaron a Rodríguez de la Fuente, desde los días en que su padre le transmitiera la pasión por el castellano.
Otro redescubridor de América
«El hombre y la Tierra» se transmitió en varios países, sobre todo de Latinoamérica, donde Rodríguez de la Fuente cosechó gran reconocimiento antes y después de su fallecimiento. No pudo haber sido de otra forma, si tomamos en cuenta que la primera temporada del programa, posiblemente la más abarcadora en términos de producción y logística televisiva, estuvo centrada en lo impresionante de la naturaleza venezolana.
No parece casual que Félix haya elegido tierras americanas para iniciar su serie. En fin de cuentas, el continente que los castellanos conectaron con el mundo occidental gracias a los viajes de Colón, durante siglos abonó, como sigue haciéndolo en nuestros días, la imaginación de españoles de diferentes épocas, en especial de aquellos que en la niñez, como Rodríguez de la Fuente, soñaron con aventuras lejanas en países exóticos.
En una era dominada desde el punto de vista simbólico por el sonido y la imagen en movimiento, el poder llegar hasta regiones y grupos humanos raras veces filmados, embarca a Félix en la misma travesía de aventureros, cronistas y exploradores que permitieron el reconocimiento, así como la comprensión del continente americano, desde Vespucio hasta Humboldt, desde Magallanes hasta Charles Darwin, desde Bartolomé de las Casas y el Inca Garcilaso, hasta Koch-Grünberg. Ni siquiera el venezolano promedio había podido contemplar en toda su magnitud la diversidad de su propia nación hasta que Rodríguez de la Fuente se la mostró.   
Los 18 capítulos de «Serie venezolana» representaron una verdadera proeza, rodados íntegramente en lo profundo de la patria de Andrés Bello y Simón Bolívar, con apoyo del gobierno de Venezuela. Después de varios años de perfeccionamiento, la tecnología del videotape apenas comenzaba a extenderse internacionalmente y al equipo de Félix no le tocaría aún tal progreso en el momento de iniciar sus filmaciones. En aquel entonces, TVE no era todavía la televisión pública del país desarrollado que todos conocemos hoy. Por tanto, el colectivo de «El hombre y la Tierra» debió desplazarse hasta el otro lado del mundo, para grabar entre ríos, fieras y junglas, con lo que actualmente puede parecernos tecnología de filmación cinematográfica tosca y anticuada, si bien en aquellos momentos se encontraba entre lo más avanzado del campo audiovisual, aunque con una alta demanda de pericia técnica.
La abundancia de vistas aéreas incluidas en los diferentes documentales merece ser destacada. Resultan inolvidables las tomas desde el cerro Autana, la montaña sagrada a 1400 metros de altura sobre la selva virgen, donde la mitología local ubicaba los inicios de todo lo que existe, según contaba el propio Félix, con su voz en off y su gran sentido de la espectacularidad televisiva.
Igualmente, las escenas de jaguares y anacondas debieron tener un profundo impacto en la audiencia de los 70, menos acostumbrada que la actual a contemplar las criaturas de la selva en su cotidianidad, gracias a largas y pacientes sesiones de filmación, que exigen a todo buen camarógrafo el olfato y la agilidad del más experimentado cazador, incluso hoy en día, en la época de las cámaras autónomas con infrarrojos y sensor de movimiento.
Otro de los valores de estos programas rodados en Venezuela radica en abordar la flora y la fauna, desde una perspectiva ecologista, integradora, en defensa del necesario equilibrio entre las sociedades humanas y el medioambiente, en una época en que tales principios no se encontraban tan en boga como en nuestros días. Esa preocupación explicitada por el propio Félix desde el primer capítulo sería una constante a lo largo de toda la serie, convirtiéndose en uno de los méritos de la obra del comunicador español.
Por si todo lo anterior fuera poco, cabe destacar la postura ética y respetuosa de Rodríguez de la Fuente, al mostrar a sus espectadores las costumbres de los indígenas venezolanos. Su acercamiento a estas comunidades se encuentra muy lejos de encallar en la superficialidad, en lo pintoresco o en el eurocentrismo que durante siglos presentara a dichos grupos humanos, desde lo primitivo y bárbaro.
Félix con vocación etnográfica logra entender a esos pueblos originarios, desde sus desarrollos endógenos, los elogia por vivir en armonía con la naturaleza. Tan solo una década después de que Lévi-Strauss iniciara con el Pensamiento salvaje la revolución en la antropología y las ciencias sociales, sobre la base del reconocimiento de la otredad no occidentalizada, «el amigo de los animales» hacía eco otra vez del pensamiento más avanzado de su tiempo, en lo relativo al rol del propio ser humano en la red de conexiones que lo circundan.

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