La cantante y actriz española María Dolores Pradera desarrolló
una exitosa carrera interpretando obras musicales que constituyen verdaderos
puentes culturales entre los países hispanos. Aquí te ofrecemos, entre otras
cosas, un homenaje que organizara el Instituto Cervantes, años antes del
fallecimiento de esta artista en 2018.
Cuando uno es muy joven pretende casi siempre subirse a
los hombros de su propia edad para cartografiar el mundo. Lo que parezca demasiado
antiguo, lejano, con frecuencia resulta desestimado frente a la nariz empinada
del cartógrafo imberbe. Todo lo que no se adecua a la moda de nuestro propio
tiempo, desde la ignorancia irreverente de los años que nos acompañan, parece
estar condenado a la subestimación.
Esa arrogancia de la juventud constituye su
gran paradoja, en tanto impulsa a las nuevas generaciones a querer comerse el
mundo, pero casi siempre de forma ciega y torpe, torpeza que, con su propensión
a la prueba y el error, representa, sin embargo, la principal fuente del progreso.
Solo la madurez nos salva de ello… o nos condena.
Confieso que aquella señora mayor nunca me había llamado demasiado
la atención. Conocía su nombre. Sabía que era española y alguna que otra vez había
escuchado de paso su voz, en los tiempos en que uno todavía cambiaba el dial,
en espera de que alguna emisora de radio te alegrara la jornada.
Pero mucho debió evolucionar la tecnología para que un día
encontrara en YouTube una de las grandes interpretaciones de María Dolores y
aprendiera a apreciar su virtuosismo. Como reza el refrán nunca es tarde si la
dicha es buena. Y lo mejor fue que llegué a la cantante española, justo de la mano
de otro de los descubrimientos de mi madurez musical: el de la gran peruana
Chabuca Granda.
Fue en una época en que me dio por reproducir cuanta
versión de «La flor de la canela» circulaba por las redes. Entre aquellas
innumerables interpretaciones, la voz de María Dolores aportaba matices únicos
a una canción internacionalmente popular, considerada el himno de Lima. ¿Cómo
una intérprete ibérica, sin renunciar al acento peninsular, podía aportarle
tanto poder evocador a un tema cargado de criollismo, como la composición de
Chabuca que mejor recrea el espíritu del limeño?
Al seguir indagando en la trayectoria de María Pradera lo
comprendí. Escucharla cantando otros temas latinoamericanos dejó al descubierto
la autenticidad de su apego a la fuente nutricia que alimenta las culturas de
los países hispanos y que nos acerca en el ADN de nuestras identidades, por muy
diferentes que seamos.
Esa larga historia de contactos interculturales entre los
pueblos de habla castellana nutrió a Pradera desde la placenta. El padre de la
cantante fue nada menos que uno de los tantos asturianos que durante la primera
mitad del siglo XX zarparon a tierras americanas, tras el sueño universal de todo
migrante en cualquier época. En Chile la cantante fue engendrada, y según su
propio testimonio, su madre viajó hasta Madrid para que ella naciera en tierra
española. Sin embargo, su padre murió en Sudamérica y ella creció huérfana,
posiblemente con esa dualidad de patrias que se siente cuando has enterrado a uno
de los tuyos en tierras distantes.
Tal sentimiento resulta perceptible al escuchar el
repertorio de María Dolores, evidentemente seleccionado con el olfato de alguien
que logró entender cuán unidos están los pueblos cuando pueden cantar en una
misma lengua sus pasiones y desengaños, las alegrías de la simple vida
cotidiana y la trascendencia de los anhelos colectivos.
Habaneras, tonadillas,
boleros, tonderos, sones; los formatos y géneros son simples envoltorios cuando
una cantante genuina ha logrado comprender los sentimientos compartidos entre
gentes de diversas tierras, conectadas por el cordón umbilical de los orígenes.
María Dolores tiene el mérito de haber popularizado, en
la España de escasas presunciones y una sola televisión dicromática, las canciones
de ida y vuelta. Logró armar vinilos y recitales con temas musicales, por
entonces olvidados o relegados, entre los tarareos de gallegos, vascos y
canarios que marchaban «a hacer las Américas».
Esas canciones que iban y venían entre las olas,
transformándose en creaciones colectivas con autorías disueltas en la tradición
oral de pueblos hermanos, contribuyeron a preservar los nexos identitarios
entre las naciones hispanas. Tomando en cuenta lo anterior, la música de
Dolores Pradera constituyó un vaso comunicante entre el folclore de España e
Hispanoamérica, en un momento tan importante como mediados del siglo XX, cuando
el ascenso de los medios de comunicación exigía que gente como la referida
cantante garantizaran la supervivencia del patrimonio sonoro compartido, ante
la irrupción de modas foráneas, en el entonces todavía incipiente mundo
globalizado.
A diferencia de muchos decadentes cantantes de rapiña en tiempos
de mercado globalizador, Pradera no iba a Hispanoamérica mazo en mano, a la caza
del siempre revitalizante acervo musical latinoamericano. Su brújula no respondía
a la vorágine de las disqueras ni a las listas de éxito, como sucede en la actualidad,
sino a su afán por promover lo mejor de un patrimonio que María Dolores logró
comprender en esencia y hacer suyo.
Pradera pudo haberse dedicado íntegramente al teatro,
otra de sus grandes pasiones. De igual forma, hubiera podido hacer tal vez más
cine, pues de talento iba sobrada y, además, en un medio donde las influencias son
tan importantes, ella se supone que contó con la cercanía del actor hispano-peruano
Fernando Fernán Gómez, hombre célebre no solo por su talento, sino además por
su temperamento, el que también alcanzó una exitosa carrera como guionista y director
de filmes de la talla de «El viaje a ninguna parte». Con este realizador, María
Dolores, conocida a lo largo de toda su vida por la dulzura de su carácter,
permaneció casada doce años, en un matrimonio que dio como frutos a sus dos
hijos. Más allá de múltiples dones y oportunidades, la artista optó por cultivar
casi hasta el final, como necesidad del cuerpo y del alma, la vocación folclorista
de su canto.
Por todo lo aquí expuesto, más que merecido el homenaje
que en 2011 organizara el Instituto Cervantes a esta cantante iberoamericana. Al
encuentro asistieron numerosas personalidades de la cultura de España y Latinoamérica
quienes conocieron muy de cerca a María Dolores.
Pude ver el siguiente vídeo después de haberme decidido a
escribir estas líneas. Me dio un poco de cosa entender que ya aquí se habían
dicho y repetido varias de las ideas que yo tenía preconcebidas para mi crónica.
Me sentí como quien descubre la rueda al perder una primicia que no era tal.
Sin embargo, me satisface pensar que mis impresiones coincidían con los puntos
de vista de quienes verdaderamente conocieron a la artista. La concordancia
entre tantas opiniones no hace más que corroborar la autenticidad sobre aspectos
relevantes en la carrera de esta señora, novia de las mareas, diva del arraigo
ancestral entre las dos orillas del mundo hispano.
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