La espada y la cruz
llegaron como aliadas a las tierras que hoy conocemos como América, pero el
pacto entre la Iglesia y los antiguos poderes coloniales no daría, a largo
plazo, los mismos frutos a cada parte de esa alianza.
Más allá
de la violencia, la persecución y la censura por el establecimiento del Dios europeo, pronto se comprendió el éxito de
establecer una solución de continuidad, dirigida a crear nexos sincréticos entre
los cultos prehispánicos, o los traídos por los esclavos africanos luego, y la
nueva fe que ofrecían los conquistadores europeos como única posibilidad para las inquietudes de la fe. Así
surgieron prácticas religiosas, a la carta pudiéramos decir hoy, ajustadas a
las cosmovisiones de los dominados y sus entornos, a veces sustentadas en creencias
antiguas pero barnizadas por la teología católica.
Además del sincretismo,
otra solución consistió en darle cabida en el culto católico a santos criollos
y mestizos, así como a advocaciones, milagros, mitos e historias de vidas ejemplares,
más cercanos a los habitantes de América, a sus problemas y temores cotidianos.
Quedaba desplazada así la pretensión de conquistar y preservar la fe en el
catolicismo entre americanos, promoviendo exclusivamente la adoración de
mártires e imágenes, distantes en tiempo y espacio en relación con las
realidades del hemisferio occidental. De esa forma, el santoral de la Iglesia,
aunque ecuménico en torno al Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, daba la
oportunidad a las personas de evacuar sus creencias en figuras sagradas más afines.
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San Martín de Porres fue el primer santo mulato de América. |
Ello representó en la
época colonial una forma de fortalecer la influencia del catolicismo en
Latinoamérica hasta nuestros días, pero al mismo tiempo actuó colateralmente
como medio de desacople parcial con respecto a la identidad religiosa de los
criollos en relación con las antiguas metrópolis.
Intentemos ponernos en
la piel de un devoto criollo hispanoamericano, de un negro o indígena en la
época de la cristalización de los sentimientos identitarios que condujeron a
romper con el orden colonial. ¿Por qué encomendaría sus plegarias un poblador
de la Nueva España, a la lejana Virgen de Covadonga o a la del Pilar, en el
otro lado del Atlántico, si tenía la imagen de Guadalupe encima de su cama?
¿Qué distante vínculo podía encontrar una madre del Virreinato de Río La Plata,
con la andaluza Virgen del Rocío, si la del Luján, por ser propia de su tierra,
debía conocer mejor que nadie sus penas? ¿Quién garantizaba que la intersección
de aquellos lejanos santos traídos por los ibéricos resultase en favor de los intereses
locales, cuando comenzaban a agudizarse por doquier las contradicciones entre
la metrópoli y sus colonias?
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Primer Papa latinoamericano colocando una ofrenda a la Virgen de Luján, patrona de los argentinos. |
No por gusto los
movimientos independentistas del continente en no pocos casos surgían asociados a la fe católica, en parte como reacción a las ideas anticlericales
promulgadas por la Revolución en Francia, potencia extranjera que
bajo la égida de Napoleón Bonaparte ocupó España en 1808, agudizando la
desestabilización de su sistema colonial. Comenzó entonces en la América
hispana una ruptura político-administrativa con la metrópoli española, pero, que a
pesar de las singularidades católicas regionales, sí mantenía el vínculo con la esencia de la fe que habían traído los colonizadores, continuidad que también persistió en otros ámbitos de la
vida social de las sociedades virreinales, como en la esfera de la cultura y en la de
las costumbres. A pesar de que en América la mayor parte de la gente había hecho suyo el cristianismo venido de Europa, el catolicismo en esas tierras alcanzó rasgos de identidad que distinguieron a los creyentes americanos de los españoles y, al mismo tiempo, acentuaban una cosmovisión distinta, nuevos imaginarios que servirían como parte del sustento espiritual de los países emergidos del viejo Imperio español.
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La Virgen de Guadalupe, patrona de México, según la tradición, apareció al indio Juan Diego Cuauhtlatoatzin |
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La Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba, junto a los tres Juanes, a los que salvó, según la tradición, de una tormenta tropical. |
Según la tradición, fueron tres esclavos, dos indios de pura sangre y un negro, conocidos
popularmente como los tres Juanes, los que encontraron la imagen de la Caridad flotando sobre
una tablilla, después que rezaran a los cielos para que un milagro salvase su
canoa, en medio de una terrible tormenta tropical, mientras se encontraban
navegando en busca de sal en la Bahía de Nipe, en el oriente de la isla.
El relato sobre la aparición de esta imagen mariana,
testificado bajo juramento eclesiástico por uno de los protagonistas de los acontecimientos, en
la actualidad se conserva como uno de los documentos del Archivo de
Indias. Tal historia interpretada en clave simbólica puede resumirse en la unidad entre un representante
del legado africano y dos indoamericanos, bajo la misma fe
importada desde Europa, a través de la herencia española; síntesis en forma
de mito de los tres principales ingredientes del proceso de transculturación
acaecido en Cuba, según reconocen estudiosos como el etnógrafo Don Fernando Ortiz,
considerado el tercer descubridor de la isla.
La devoción de los
criollos cubanos hacia la Virgen de la Caridad, asociada con Oshún en la
simbiosis experimentada por las creencias africanas en el Caribe, creció progresivamente a la par del sentimiento nacional durante todo el período
colonial. No son pocos los testimonios de mambises, luchadores cubanos por la
independencia, que, en los momentos más difíciles, azotados por el hambre y la
muerte de la guerra, encomendaron desde la manigua sus destinos a esta
advocación mariana.
«No pudieron ni los azares de la guerra, ni los trabajos
para librar nuestra subsistencia, apagar la fe y el amor que nuestro pueblo
católico profesa a esa Virgen venerada; y antes, al contrario, en el fragor de
los combates y en las mayores vicisitudes de la vida, cuando más cercana estaba
la muerte o más próxima la desesperación, surgió siempre como luz disipadora de
todo peligro o como rocío consolador para nuestras almas, la visión de esa
Virgen cubana por excelencia, cubana por el origen de su secular devoción, y
cubana porque así la amaron nuestras madres inolvidables, así la bendicen
nuestras amantes esposas y así la han proclamado nuestros soldados».
El significado de la
Caridad para la identidad cubana también puede palparse en su santuario,
situado sobre una majestuosa colina de la Sierra Maestra en la localidad de El
Cobre, a solo unos kilómetros de Santiago. En las inmediaciones del altar
principal pueden observarse diferentes ofrendas realizadas por cubanos de las
más diversas generaciones a lo largo de la historia, lo mismo de aquellos que rezaban
a la también conocida como Virgen Mambisa durante las luchas contra el
colonialismo, como de los cubanos que en años más recientes se encomendaron a
la patrona de la isla para sobrevivir durante la travesía en balsa por el
Estrecho de la Florida, con el fin de escapar hacia Estados Unidos.
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Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre en la Sierra Maestra, a solo unos kilómetros de Santiago de Cuba. |
Tropezamos
constantemente a lo largo de la historia de la humanidad con ejemplos de la
conexión entre las formas de la fe y las identidades de los distintos pueblos,
lo que resulta lógico porque las religiones, como el arte y la literatura,
representan manifestaciones de la espiritualidad humana. Tal vez baste
mencionar la Roma de Júpiter y Juno, deidades importadas mediante el contacto
intercultural en el inicio de la civilización occidental, que los antiguos
romanos ajustaron a su cosmovisión hasta convertirlas en componentes de su idiosincrasia.
Sin embargo, lo
singular de Latinoamérica, repetido muy raras veces en otros contextos, radica en
la transformación a nivel simbólico de una religión aliada del poder y la
dominación colonial, que termina convirtiéndose en uno de los factores cristalizadores
de identidades y sentimientos nacionales. Por lo que hoy, más allá del credo
que se profese, y sin dejar de reconocer las atrocidades cometidas en nombre de
la cruz, no podríamos hablar de un ser latinoamericano sin tener presente el
papel que, en la mayoría de los casos de manera no intencional, jugó el
catolicismo como coadyuvante de nuevas patrias en esa región del mundo.
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