De acuerdo con una información publicada por el diario español La Vanguardia, unos 41,5 millones de personas en Estados Unidos hablan español en casa, como en sus países de origen, una cifra superior a los hablantes de castellano que hay en toda Latinoamérica, excluyendo las poblaciones de México, Colombia y Argentina. Tal cantidad -según el propio rotativo- representa tan solo algo inferior al total de habitantes de España, cercano en estos momentos a los 46,6 millones.
A juzgar por las
estadísticas y pronósticos, que como ya sabemos dejan un margen para el error y cuestiones
subjetivas, el retroceso en el reconocimiento del interculturalismo, como
componente consustancial de la sociedad norteamericana, no dará por lo menos a
mediano plazo los resultados esperados por los defensores de la administración
Trump y su ideología supremacista, diametralmente opuesta a la de Barack Obama.
Como resulta sabido,
uno de los pilares que otorgó la victoria electoral al actual inquilino de la
Casa Blanca fue su defensa a ultranza de los valores estadounidenses, desde una visión
estrecha asociada a determinadas élites que reconstruyen la identidad de la nación norteamericana desde el prototipo del ciudadano blanco, de origen anglosajón o europeo, heterosexual y
preferiblemente protestante.
Sin embargo, contra
viento y marea, lo hispano florece en la sociedad norteamericana, más allá de estereotipos
supremacistas. Los aportes de los latinos en diferentes esferas resultan
imborrables en la historia de las últimas décadas en Estados Unidos, una nación
-no lo olvidemos- de inmigrantes. Cuando se hable de la comunidad hispana
resulta ridículo reducirla solamente a delincuencia, crimen organizado, droga y
otras lacras que lamentablemente sí han llegado en parte desde Latinoamérica o
que han prosperado en EE.UU. en contextos de marginación y exclusión en los
entornos de comunidades de origen latino.
Hablemos además de
hombres como Jeff Bezos, hijo adoptivo de hispano, quien recibió de su padre no
solo el apellido, sino también parte de la educación que lo condujo a convertirse
en el hombre más rico del mundo. No dejemos de mencionar a José Hernández y
John Danny Olivas, astronautas de la NASA, de origen mexicano, ni olvidemos al
boricua José Robles, presidente y director ejecutivo de una de las principales
empresas de servicios financieros de Estados Unidos. Ted Cruz, Sonia Sotomayor,
Robert Menéndez y Marco Rubio son algunos de los políticos de raíces latinas
con mayor influencia en la sociedad estadounidense.
Sin embargo, pasan por
alto que el enseñar desde edades tempranas una o más lenguas, no solo es perfectamente
posible, sino también lo más recomendable porque, de acuerdo con las más
modernas teorías en el aprendizaje de las L2, la plasticidad del cerebro del
niño hasta los 12 o 13 años lo convierte en una esponja para el dominio de
cualquier idioma. Enseñar español e
inglés al mismo tiempo, además de aportarles reconocidas habilidades
psico-cognitivas que el chico agradecerá durante toda su vida, le garantizará
la permanencia de su arraigo cultural en una sociedad como la estadounidense
que crece cada día con las historias personales de millones de hispanos.
Evidencia de esto último
lo encontramos en los testimonios recogidos por un equipo del diario BBC Mundo
que desde este dos de noviembre asume la aventura de tomarle el pulso al idioma
español con un viaje por Estados Unidos, con el fin de interactuar con hispanoparlantes
de dicha nación norteamericana y constatar el poder del castellano en la era
Trump. El recorrido podrá seguirse desde un grupo de Facebook, donde podremos
encontrar retroalimentación sobre la vitalidad de las comunidades latinas en el corazón
de la nación más poderosa del planeta.
Aunque el periplo de tales colegas aún no comienza en el momento de terminar mi comentario, me atrevo ya a pronosticar uno de los principales resultados. España es la cuna y ha sido pasado e historia del español. En tanto, Hispanoamérica emerge como actualidad y presente del castellano, por tratarse de la zona geográfica con mayor concentración de hispablantes y con más aportes socioculturales en el idioma que nos une. Sin embargo, frente a tales lares, doy por sentado que el futuro de la lengua de Cervantes pertenece a Estados Unidos. Estoy casi seguro de que los norteamericanos del mañana conquistarán una libertad superior para alternar cuando les plazca la elegancia de un «Hello!», con la sonoridad siempre cordial del «Hola. ¿Qué tal estás, mi amigo? »
Aunque el periplo de tales colegas aún no comienza en el momento de terminar mi comentario, me atrevo ya a pronosticar uno de los principales resultados. España es la cuna y ha sido pasado e historia del español. En tanto, Hispanoamérica emerge como actualidad y presente del castellano, por tratarse de la zona geográfica con mayor concentración de hispablantes y con más aportes socioculturales en el idioma que nos une. Sin embargo, frente a tales lares, doy por sentado que el futuro de la lengua de Cervantes pertenece a Estados Unidos. Estoy casi seguro de que los norteamericanos del mañana conquistarán una libertad superior para alternar cuando les plazca la elegancia de un «Hello!», con la sonoridad siempre cordial del «Hola. ¿Qué tal estás, mi amigo? »
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