Leyenda cubana para trabajar la comprensión lectora en el aula de ELE.
En la
región oriental de la isla de Cuba hay un poblado pequeño llamado Yara cuyo
pasado se disuelve entre la historia y la leyenda.
En esa
zona tuvo lugar una de las primeras rebeliones indígenas de América. Los
conquistadores españoles habían llegado a las islas del Caribe en busca de oro,
tierras y riquezas. Los indios que durante siglos habían vivido en aquellos
territorios no podían ser obstáculos para las ambiciones de los colonizadores.
Muchos
indígenas fueron convertidos en esclavos mediante el sistema de encomiendas.
Sin embargo, otros decidieron luchar contra los ocupantes, para defender
a sus familiares y a todo aquel mundo en peligro por la colonización.
Entre
los valientes hombres que se rebelaron estaba el cacique Hatuey. Cuentan que
este jefe taíno había llegado a Cuba desde Quisqueya, actual República Dominicana.
En esa vecina isla que hoy conocemos como La Española ya había peleado contra los españoles y luego, viajó a tierras
cubanas para alertar sobre los crímenes de la conquista.
Hatuey
era un hombre de músculos curtidos por la guerra. Su piel color miel con
algunas cicatrices daba testimonio de sus hazañas contra las injusticias. Dicen
que aquel gran cacique era como el colibrí, un pajarito caribeño que
no puede vivir encerrado y que muere si se le deja en cautiverio.
En
Cuba Hatuey dividió a los indios rebeldes en diferentes grupos y les ordenó
atacar a los españoles por sorpresa. Sin embargo, los colonizadores tenían
armas modernas y perros agresivos. Los indígenas solo contaban con lanzas,
palos y piedras.
Los
españoles capturaron a Hatuey y lo condenaron a morir en la hoguera. Necesitaban
escarmentar a todo indio que osara rebelarse.
Cuentan
que justo en el momento de ser quemado un sacerdote se acercó a Hatuey y le
preguntó si quería convertirse en cristiano, para poder ir al cielo. El jefe indio
le preguntó:
«¿Los españoles también
van al cielo?». Después que el cura le explicara que todos los buenos hijos de
Dios iban allí, Hatuey respondió de forma radical:
«Pues yo no quiero
convertirme en cristiano porque no quiero estar nunca más donde haya gente tan cruel».
Después de tal decisión
las llamas devoraron poco a poco el cuerpo de Hatuey, quemado vivo en una
inmensa hoguera que iluminó la noche tropical en medio de la maleza. Aunque se
retorcía del dolor, no se le escuchó gritar ni lamentarse.
Cuentan que su mirada
fue un desafío para sus torturadores hasta el último minuto de vida. Justo en
el momento de la muerte, en el segundo en que según los creyentes el espíritu
se separa de la carne, los presentes quedaron aterrorizados. Los
indígenas que observaban los sucesos se arrodillaron. Los españoles se
persignaron o se desmayaron. Todos vieron cómo el cuerpo quemado del cacique se
convirtió en una pelota de fuego que ascendió hasta los cielos. En la
profundidad de la noche caribeña la bola de candela desapareció después de
iluminar los campos de Yara.
Algunos dicen que la
Luz de Yara es el alma errante del cacique Hatuey. Tal fenómeno luminoso ha
sido observado varias veces en esa región de Cuba durante los últimos cinco
siglos. Incluso, personalidades trascendentales de la historia en esa isla
afirman haber sido visitadas por tal presencia en momentos cruciales de la nación caribeña.
Tal vez no sea casual que haya sido precisamente en Yara donde los corsarios capturaran al obispo Juan de las Cabezas Altamirano, suceso que inspiró la primera obra de la literatura cubana, Espejo de paciencia, con su consiguiente significado para la formación de la identidad nacional. Quizás no sea mera coincidencia tampoco que un hacendado criollo en Yara, Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria para los cubanos, haya iniciado las luchas contra el colonialismo, cuando en la madrugada del 10 de octubre de 1868 despertó a base de campanadas a sus esclavos del ingenio La Demajagua, para invitarlos a alzarse en pie de guerra contra la metrópolis española.
Tal vez no sea casual que haya sido precisamente en Yara donde los corsarios capturaran al obispo Juan de las Cabezas Altamirano, suceso que inspiró la primera obra de la literatura cubana, Espejo de paciencia, con su consiguiente significado para la formación de la identidad nacional. Quizás no sea mera coincidencia tampoco que un hacendado criollo en Yara, Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria para los cubanos, haya iniciado las luchas contra el colonialismo, cuando en la madrugada del 10 de octubre de 1868 despertó a base de campanadas a sus esclavos del ingenio La Demajagua, para invitarlos a alzarse en pie de guerra contra la metrópolis española.
No hay explicación
científica para la Luz de Yara que sorprende a los arrieros y transeúntes en
esa zona oriental de la isla de Cuba. Muchos prefieren, por tanto, interpretarla
en clave poética: el espíritu del primer rebelde de América vuelve
periódicamente para recordar a los cubanos que su muerte no fue en vano.
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