Crónica sobre el creador de Mafalda, recientemente fallecido. En 2014 el historietista visitó la ciudad de Oviedo, donde recibió el Premio Príncipe de Asturias.
No hay mayor prueba de grandeza creativa que cuando los personajes cobran vida y echan a andar por sí mismos, emancipándose de sus artífices. De ahí, la admiración de tanta gente por Mafalda, el personaje de Joaquín Salvador, nuestro Quino, ese historietista argentino y profundamente latinoamericano que hoy ha dado el salto a la inmortalidad, justo un día después del aniversario 56 de la publicación de la primera tira de Mafalda en la revista argentina Leoplán.
Mafalda fue engendrada con mucho ingenio y por ello, un día se desprendió del cuaderno de su Gepetto dibujante, para -como hacen las niñas de verdad al crecer- ponerse en marcha, para construir su destino. Lo admitió en rueda de prensa el propio creador hace algunos años cuando visitó España: «es como si el personaje hubiera tomado una vida propia que yo no manejo» ¡Cuán orgulloso estaría Quino hasta en sus últimos instantes por aquella criaturita suya que vio la luz en 1964!
Tal orgullo está más que justificado. No cualquiera es padre de una chica con más popularidad que Penélope Cruz o Shakira. Y es que Mafalda ha llegado a convertirse en uno de los iconos de las culturas hispanas, compinche de dos generaciones de lectores de historietas, además de tener una presencia recurrente en muchos de los manuales de español como lengua extranjera. A nosotros, los docentes de ELE, nos place compartirla con personas de otras latitudes. Ella forma parte de nuestras identidades, como Frida o don Quijote.
De esa forma, Mafalda se cuela cada curso por lo menos en una de nuestras clases. Los aprendices la disfrutan porque la pequeña -con sus reflexiones, su doble sentido y su empleo de la parodia- es capaz de desafiar las barreras culturales, poner a prueba al lector inteligente y potenciar mensajes universales que, en nuestra época, mantienen total vigencia, a pesar de que las historietas originales creadas por Quino con este personaje como protagonista, dejaron de salir en la prensa en 1973.
Y como dicen que los hijos pertenecen más a su tiempo que a sus propios padres, la Mafalda de Quino lleva el sello de la época en que vio la luz. La crítica social del personaje constituye una de sus características distintivas, frente a un género gráfico que venía de la banalización, la sobresaturación de superhéroes y extraterrestres, así como de la enajenación en la cultura popular de los años 50.
Ese cuestionamiento de la realidad en la que nació Mafalda, no es más que el eco de la juventud inquieta de una década que cambiaría radicalmente el mundo, en el contexto de la amenaza nuclear, la «Guerra Fría», Vietnam, los movimientos progresistas latinoamericanos, los planes desarrollistas, las dictaduras militares, Mayo del 68, los tanques de Praga, la carrera armamentista, el hombre en la Luna…
Pero, además, la concepción de Mafalda parece haber estado influenciada académicamente por una década muy preocupada por la indagación en la naturaleza del signo y los actos comunicativos, gracias al despegue definitivo de la semiótica, la pragmática, la sociolingüística y los estudios del discurso, además de la experimentación en la construcción de sentido, mediante nuevos formatos en las artes plásticas.
No debe extrañarnos que las tiras de Quino, aún en nuestros días, sigan generando tesis de grado y postgrado, centradas en los resortes comunicativos apreciables en tales creaciones. El propio Umberto Eco, autor de la introducción a la primera versión de Mafalda en italiano, expresó allí su admiración por el personaje, cuyas peripecias han sido traducidas a por lo menos 26 lenguas, incluyendo el guaraní.
De igual manera, la niña más universal de la Argentina ha cobrado vida en otros formatos como el audiovisual, en el que destaca la serie de 104 cortometrajes animados, realizada en 1994 por el cubano Juan Padrón, en coproducción con entidades españolas.
Hoy a la niña rebelde que inmortalizara a su creador, se le puede encontrar alrededor del mundo. Yo personalmente me sentí muy orgulloso por toparme con sus historietas en la tienda de libros de la Estación Central de Milano, pero también, en una pequeña librería de Heraklion, en Creta. En aquellas páginas, en ciudades distantes, iba también un pedazo de la conciencia latinoamericana, a la que Quino con su obra contribuyó a alimentar.
Por eso, cuando el dibujante visitó Oviedo en 2014, en coincidencia con los 50 años de su hija eternamente niña, no podía dejar de acercarme para verlo, por lo menos entre la multitud. Nunca me gustaron las aglomeraciones generadas por los entonces Premios Príncipe de Asturias, a las afueras del Teatro Campoamor, entre gritos de fans, por un lado, y por el otro, abucheos de detractores de la monarquía. Sin embargo, aquel año me metí en el gentío, simplemente para ovacionar al caricaturista, galardonado en la categoría que reconoce a las personalidades de la Comunicación y las Humanidades.
Con mi presencia allí, pagaba parte de la deuda con el creador de tantas historietas en mi infancia. A unos cinco metros desde donde yo estaba, lo vi llegar a sus 82 años. Por sus problemas de movilidad, no pudo llegar en coche de alta gama como el resto de los premiados y personalidades, sino que lo trasladaron en silla de ruedas hasta el Teatro Campoamor. Ello dio mayor oportunidad al público para apreciarlo en su sencillez y retribuirlo por su obra. La muchedumbre lo aplaudía. Para mi sorpresa, en España -aquel descendiente de exiliados andaluces- era tan querido como en América.
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realmente uno de los personajes muy queridos en todos lados
ResponderEliminarPor eso, aunque el nombre de estos premios sean muy polémicos, para asturianos como yo es un orgullo que existan y atraigan hasta nuestra capital a gente tan popular y querida.
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