Nadie
como Lorca para atrapar el alma de Granada en un solo texto. Este ensayo, en
los límites de lo poético y lo sociológico, nos acerca a una de las regiones
más pintorescas de Andalucía, tierra natal del autor de «Bodas
de Sangre» y «La casa de Bernarda Alba».
Granada, paraíso cercano para muchos
Granada ama lo diminuto. Y en general toda Andalucía. El lenguaje del
pueblo pone los verbos en diminutivo. Nada tan incitante para la confidencia y
el amor. Pero los diminutivos de Sevilla y los diminutivos de Málaga son
ciudades en las encrucijadas del agua, ciudades con sed de aventura que se
escapan al mar. Granada, quieta y fina, ceñida por sus sierras y
definitivamente anclada, busca a sí misma sus horizontes, se recrea en sus
pequeñas joyas y ofrece en su lenguaje diminutivo soso, su diminutivo sin ritmo
y casi sin gracia, si se compara con el baile fonético de Málaga y Sevilla,
pero cordial, doméstico, entrañable. Diminutivo asustado como un pájaro, que
abre secretas cámaras de sentimiento y revela el más definido matiz de la
ciudad. El diminutivo no tiene más misión que la de limitar, ceñir, traer a la
habitación y poner en nuestra mano los objetos o ideas de gran perspectiva.
Se limita el tiempo, el espacio, el mar, la luna, las distancias, y hasta
lo prodigioso: la acción. No queremos que el mundo sea tan grande ni el mar tan
hondo. Hay necesidad de limitar, de domesticar los términos inmensos.Granada no
puede salir de su casa. No es como las otras ciudades que están a la orilla del
mar o de los grandes ríos, que viajan y vuelven enriquecidas con lo que han visto.
Granada, solitaria y pura, se achica, ciñe su alma extraordinaria y no tiene
más salida que su alto puesto natural de estrellas. Por eso, porque no tiene
sed de aventuras, se dobla sobre sí misma y usa del diminutivo para recoger su
imaginación, como recoge su cuerpo para evitar el vuelo excesivo y armonizar
sobriamente sus arquitecturas interiores con las vivas arquitecturas de la
ciudad. Por eso la estética genuinamente granadina es la estética del
diminutivo, la estética de las cosas diminutas. Las creaciones justas de
Granada son el camarín y el mirador de bellas y reducidas proporciones. Así
como el jardín pequeño y la estatua chica. Lo que se llaman escuelas granadinas
son núcleos de artistas que trabajan con primor obras de pequeño tamaño. No
quiere esto decir que limiten su actividad a esta clase de trabajo; pero, desde
luego, es lo más característico de sus personalidades. Se puede afirmar que las
escuelas de Granada y sus más genuinas representantes son preciosistas. La
tradición del arabesco de la Alhambra, complicado y de pequeño ámbito, pesa en
todos los grandes artistas de aquella tierra. El pequeño palacio de la
Alhambra, palacio que la fantasía andaluza vio mirando con los gemelos al
revés, ha sido siempre el eje estético de la ciudad. Parece que Granada no se
ha enterado de que en ella se levantan el palacio de Carlos V y la dibujada catedral.
No hay tradición cesárea ni tradición de haz de columnas. Granada todavía se
asusta de su gran torre fría y se mete en sus antiguos camarines, con una
maceta de arrayán y un chorro de agua helada, para labrar en dura madera
pequeñas torres de marfil. La tradición renacentista, con tener en la urbe
bellas muestras de su actividad, se despega, se escapa o, burlándose de las
proporciones que impone la época, construye la inverosímil torrecilla de Santa
Ana: torre diminuta, más para palomas que para campanas, hecha con todo el
garbo y la gracia antigua de Granada.
En los años en que renace el arco del triunfo, labra Alonso Cano sus
virgencitas, preciosos ejemplares de virtud y de intimidad. Cuando el
castellano es apto para describir los elementos de la Naturaleza y flexible
hasta el punto de estar dispuesto para las más agudas construcciones místicas,
tiene Fray Luis de Granada delectaciones descriptivas de cosas y objetos
pequeñísimos. Es Fray Luis quien, en la Introducción al símbolo de la fe, habla
de cómo resplandece más la sabiduría y providencia de Dios en las cosas
pequeñas que en las grandes. Humilde y preciosista, hombre de rincón y maestro
de miradas, como todos los buenos granadinos. En la época en que Góngora lanza
su proclama de poesía pura y abstracta, recogida con avidez por los espíritus
más líricos de su tiempo, no podía Granada permanecer inactiva en la lucha que
definía una vez más el mapa literario de España. Soto de Rojas abraza la
estrecha y difícil regla gongorina; pero, mientras el sutil cordobés juega con
mares, selvas y elementos de la Naturaleza, Soto de Rojas se encierra en su Jardín
para descubrir surtidores, dalias, jilgueros y aires suaves. Aires moriscos,
medio italianos, que mueven todavía sus ramas, frutos y boscajes de su poema.
Granada, paraiso cerrado para muchos.En suma: su característica es el
preciosismo granadino. Ordena su naturaleza con un instinto de interior
doméstico. Huye de los grandes elementos de la Naturaleza, y prefiere las
guirnaldas y los cestos de frutas que hace con sus propias manos. Así pasó
siempre en Granada. Por debajo de la impresión renacentista, la sangre indígena
daba sus frutos virginales. La estética de las cosas pequeñas ha sido nuestro
fruto más castizo, la nota distinta y el más delicado juego de nuestros
artistas. Y no es obra de paciencia, sino obra de tiempo; no obra de trabajo,
sino obra de pura virtud y amor. Esto no podía suceder en otra ciudad. Pero sí
en Granada.Granada es una ciudad de ocio, una ciudad para la contemplación y la
fantasía, una ciudad donde el enamorado escribe mejor que en ninguna otra parte
el nombre de su amor en el suelo. Las horas son allí más largas y sabrosas que
en ninguna otra ciudad de España. Tiene crepúsculos complicados de luces
constantemente inéditas que parece no terminarán nunca. Sostenemos con los
amigos largas conversaciones en medio de sus calles. Vive con la fantasía.
Federico García Lorca
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Ya que has llegado hasta aquí, BP agradecería tus comentarios y sugerencias.