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¿Karma? 40 millones en EE.UU. hablan español en casa como en sus países de origen

El crecimiento de la comunidad latina en Estados Unidos tiene entre sus causas históricas la propia la política exterior de dicha nación norteamericana para con sus vecinos meridionales.
De acuerdo con una información publicada por el diario español La Vanguardia, unos 41,5 millones de personas en Estados Unidos hablan español en casa, como en sus países de origen, una cifra superior a los hablantes de castellano que hay en toda Latinoamérica, excluyendo las poblaciones de México, Colombia y Argentina. Tal cantidad -según el propio rotativo- representa tan solo algo inferior al total de habitantes de España, cercano en estos momentos a los 46,6 millones.
Cifras igualmente alentadoras compartía con la opinión pública hace alrededor de un mes el Instituto Cervantes en su anuario El español en el mundo. De acuerdo con investigaciones de tal centro, el más importante en la enseñanza de ELE a nivel global, Estados Unidos constituye la nación donde el aprendizaje del castellano como lengua extranjera se encuentra más generalizado. Los datos aportados aseguran además que en 2060 dicho país se posicionará como el segundo con mayor población hispanohablante después de México, puesto que casi uno de cada tres estadounidenses tendrá raíces hispánicas.
A juzgar por las estadísticas y pronósticos, que como ya sabemos dejan un margen para el error y cuestiones subjetivas, el retroceso en el reconocimiento del interculturalismo, como componente consustancial de la sociedad norteamericana, no dará por lo menos a mediano plazo los resultados esperados por los defensores de la administración Trump y su ideología supremacista, diametralmente opuesta a la de Barack Obama. 
Como resulta sabido, uno de los pilares que otorgó la victoria electoral al actual inquilino de la Casa Blanca fue su defensa a ultranza de los valores estadounidenses, desde una visión estrecha asociada a determinadas élites que reconstruyen la identidad de la nación norteamericana desde el prototipo del ciudadano blanco, de origen anglosajón o europeo, heterosexual y preferiblemente protestante.  
La construcción del muro con México, la separación de alrededor de 400 niños de sus padres inmigrantes deportados a sus naciones de origen, los ataques contra la lengua española, incluso desde la propia campaña electoral que lo llevó a la presidencia, y la hostilidad contra la cultura mexicana como una de las minorías hispanas más amplias de Estados Unidos; han constituido válvulas de escape recurrentes para los objetivos políticos de Trump y una cortina de humo durante los varios escándalos en los que se ha visto envuelto a lo largo de su administración.
Sin embargo, contra viento y marea, lo hispano florece en la sociedad norteamericana, más allá de estereotipos supremacistas. Los aportes de los latinos en diferentes esferas resultan imborrables en la historia de las últimas décadas en Estados Unidos, una nación -no lo olvidemos- de inmigrantes. Cuando se hable de la comunidad hispana resulta ridículo reducirla solamente a delincuencia, crimen organizado, droga y otras lacras que lamentablemente sí han llegado en parte desde Latinoamérica o que han prosperado en EE.UU. en contextos de marginación y exclusión en los entornos de comunidades de origen latino.
Pero frente a la criminalidad que se pretende exaltar habría que mencionar también cómo inmigrantes hispanos han hecho prosperar con sudor y lágrimas, territorios como Miami, prácticamente un pantano antes de 1960, urbe que se erige como la capital hispana de Estados Unidos, gracias al aporte de inmigrantes latinoamericanos, en especial por el de los cubanos.
Hablemos además de hombres como Jeff Bezos, hijo adoptivo de hispano, quien recibió de su padre no solo el apellido, sino también parte de la educación que lo condujo a convertirse en el hombre más rico del mundo. No dejemos de mencionar a José Hernández y John Danny Olivas, astronautas de la NASA, de origen mexicano, ni olvidemos al boricua José Robles, presidente y director ejecutivo de una de las principales empresas de servicios financieros de Estados Unidos. Ted Cruz, Sonia Sotomayor, Robert Menéndez y Marco Rubio son algunos de los políticos de raíces latinas con mayor influencia en la sociedad estadounidense. 
Pero si hablamos de los sectores de la cultura y el deporte la lista de hispanos sería interminable porque en estos campos la vocación, así como el esfuerzo latinos han sabido permear sus talentos aprovechando las oportunidades de una gran nación como Estados Unidos que, sin embargo, tradicionalmente en diferentes momentos históricos ha tenido una política exterior de injerencia en los asuntos de sus vecinos latinoamericanos, convirtiéndose en detonante de guerras, anexión de territorios, golpes de Estado, conspiraciones y negocios no siempre beneficiosos para las grandes mayorías de esos pueblos que frente a todo ello -y a la ineptitud de los políticos de sus propias naciones- como dictamen del karma no han tenido otra alternativa que abrazar la inmigración.
Lo anterior no debe ser pasado por alto ahora que el discurso de Trump arremete con odio y racismo. El futuro nunca está escrito, en especial en un país donde no hay ningún idioma oficialmente establecido y donde desde hace ya más de un siglo conviven diferentes comunidades culturales y étnicas que utilizan el inglés como lengua franca, pero que al quitarse el traje o el overol de trabajo, visten las costuras de sus lenguas ancestrales, como para sentirse más cerca de sus tierras, mientras degustan con la mesa servida los tacos, el arroz con gris o el plato de escabeches.
Por eso, yo siempre aconsejo a mis familiares y amigos hispanos en Estados Unidos potenciar la integración e inculcar el estilo de vida del país de acogida a sus descendientes, pero sin darle la espalda a los orígenes. En el plano lingüístico muchos latinos desinformados, y sin tradición en el aprendizaje de lenguas extranjeras, se niegan a enseñar el español a sus hijos, con el supuesto objetivo de favorecer la adquisición del inglés. Ven en el bilingüismo o en el plurilingüismo un problema, una estaca que para la rueda del éxito en el futuro de sus hijos.
Sin embargo, pasan por alto que el enseñar desde edades tempranas una o más lenguas, no solo es perfectamente posible, sino también lo más recomendable porque, de acuerdo con las más modernas teorías en el aprendizaje de las L2, la plasticidad del cerebro del niño hasta los 12 o 13 años lo convierte en una esponja para el dominio de cualquier idioma. Enseñar español e inglés al mismo tiempo, además de aportarles reconocidas habilidades psico-cognitivas que el chico agradecerá durante toda su vida, le garantizará la permanencia de su arraigo cultural en una sociedad como la estadounidense que crece cada día con las historias personales de millones de hispanos.
Evidencia de esto último lo encontramos en los testimonios recogidos por un equipo del diario BBC Mundo que desde este dos de noviembre asume la aventura de tomarle el pulso al idioma español con un viaje por Estados Unidos, con el fin de interactuar con hispanoparlantes de dicha nación norteamericana y constatar el poder del castellano en la era Trump. El recorrido podrá seguirse desde un grupo de Facebook, donde podremos encontrar retroalimentación sobre la vitalidad de las comunidades latinas en el corazón de la nación más poderosa del planeta. 
Aunque el periplo de tales colegas aún no comienza en el momento de terminar mi comentario, me atrevo ya a pronosticar uno de los principales resultados. España es la cuna y ha sido pasado e historia del español. En tanto, Hispanoamérica emerge como actualidad y presente del castellano, por tratarse de la zona geográfica con mayor concentración de hispablantes y con más aportes socioculturales en el idioma que nos une. Sin embargo, frente a tales lares, doy por sentado que el futuro de la lengua de Cervantes pertenece a Estados Unidos. Estoy casi seguro de que los norteamericanos del mañana conquistarán una libertad superior para alternar cuando les plazca la elegancia de un «Hello!», con la sonoridad siempre cordial del «Hola. ¿Qué tal estás, mi amigo? »

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